Saltar la navegación

5.3. Mitología y religiosidad dionisiacas

Dioniso, dios campesino

Los mitos sobre el nacimiento y la infancia, interpretados en clave naturalista, presentan a Dioniso como una divinidad de la vegetación y la fecundidad, del elemento líquido presente en la savia de las plantas, la sangre de los animales y el semen productor de vida y en zumos fermentados como el vino. Este fondo de religiosidad agrícola pervivirá en las fiestas de las ciudades griegas, como las de Atenas: en las “Pequeñas Dionisias” o  “Dionisias rurales” en los desfiles se portaban ánforas de vino, falos y máscaras; en las  Leneas, cuando se ofrecía a Dioniso el primer vino, los fieles iban disfrazados de sátiros y con pieles de animales; en las Apaturias, la admisión de los jóvenes como ciudadanos se celebraba con un banquete en honor del dios (fig. 108); en las Antesterias, todos los habitantes del Ática, sin excepción, se reunían para beber el vino nuevo, de ahí que a Dioniso se le invocara como Isodaítes (“el que da por igual”); en primavera, tenían lugar las “Grandes Dionisias” o “Dionisias urbanas”, instituidas por Pisístrato en el 534 a.C., donde se le rendía culto en su advocación de Lýsios (“libre”) y Eléutheros (“liberador”), y se celebraban los concursos de tragedia y comedia (figs. 109-110).

Más allá de sus vínculos con el ciclo vegetativo y la religión campesina, en las fiestas atenienses también aflora la personalidad característica  del Dioniso orgiástico, el dios que libera y permite a los seres humanos traspasar los límites.

Dioniso, dios de las orgías

La función etiológica de relatos como los de Licurgo o Penteo resulta evidente: proyectan a nivel narrativo las secuencias rituales de la orgía; además, evocan los obstáculos que históricamente debió superar este peculiar culto antes de ser aceptado por las ciudades. La forma mejor conocida de la orgía, gracias al testimonio de Eurípides, es la oreibasía, que se celebraba de noche, a la luz de las antorchas y, preferentemente, en la cumbre de las montañas (fig. 111). Aunque los thiasos estaban abiertos a cualquier persona, las mujeres  integraban el contingente más numeroso (fig. 112); las ménades, con los cabellos sueltos, danzaban en plena naturaleza portando tirsos, así como pieles, puñales y serpientes (fig. 113); la danza iba acompañada por el estrépito de panderetas, cuernos de caza, timbales y flautas (fig. 114). En el momento cumbre, excitados por la música y el vino, los participantes entraban en trance, alcanzaban el éxtasis y se sentían poseídos por el dios (figs. 115, 116, 117); luego, en un acto de comunión mística,  desgarraban con uñas y dientes los cuerpos de las víctimas, generalmente cabritillos, y comían su carne cruda (omophagía).

Las orgías gozaron de gran vitalidad a comienzos de la época arcaica y pervivieron durante toda la época helenística, tanto de forma privada como bajo el patronazgo público, en especial, de los monarcas macedonios y en el Egipto de los Ptolomeos, donde Dioniso se convierte en un dios dinástico. De hecho, los thíasos fueron la asociación religiosa más importante del periodo, lo que contrasta con la decadencia de los Misterios de Eleusis, en los que se integró el dios (Unidad 3.2). Por lo demás, Dioniso demostró una gran capacidad para asimilarse a otras divinidades (el Líber romano, Osiris, Mitra, el Yahvé judío e, incluso, Cristo), sin por ello perder  su personalidad. La regulación de las orgías por parte de las ciudades no logró purgarlas por completo de su carácter contracultural; prueba de ello es su prohibición en Roma (Senatus Consultus de Bacchanalibus, 187 a.C.) por atentar contra las buenas costumbres y la seguridad del Estado. No obstante, los frescos de la Villa de los Misterios de Pompeya, que representan el rito prenupcial de una joven, demuestran el atractivo de la experiencia sensual y emotiva que ofrecían los ritos dionisíacos (figs. 118, 119, 120, 121).

Conclusión

Según Gernet (1960: 84 ss.), en sus orígenes el culto a Dioniso fue promovido por cofradías ajenas a la aristocracia, donde la adhesión individual reemplazaba a los lazos de parentesco. Ello explica el protagonismo ritual de gentes mal integradas en las instituciones cívicas y, en concreto, de las mujeres, la mitad de la población, que estaban excluidas de las instituciones políticas; por otra parte, los mitos reflejan cómo en las orgías las mujeres abandonaban su papel pasivo y recatado, así como las labores propias de su sexo, para entregarse a todo tipo de desenfrenos; en los thíasos también se admitía a otros excluídos de los derechos cívicos: los esclavos y los extranjeros. Dioniso encarnaba en el interior del hombre y en la naturaleza lo que era radicalmente “Otro”, alteridad que está marcada por doquier en diversos aspectos de su mitología y de su culto. En efecto, tanto en ritos de las ciudades como en las orgías, el dios ofrecía ocasiones para festejar, cantar, danzar o disfrazarse, sin distinción de sexo y condición. En el tiempo y el espacio sagrados del ritual, se abolían las fronteras sociales y era lícito transgredir las normas. Este sería el sentido profundo del carácter “extraño” de Dioniso: su condición de “extranjero en la ciudad” (Detienne: 1986).



Creado con eXeLearning (Ventana nueva)