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4.4.1. Apolo y Dafne

 

Según Ovidio (Metamorfosis, 1. 452-582), tampoco fue afortunado su primer amor, por Dafne, hija del río Peneo, en Tesalia. La joven había pedido a su padre conservar su virginidad, así que rechazó las proposiciones del dios y salió huyendo, perseguida por él (fig. 80). Apolo la alcanzó a orillas del Peneo y, entonces, la ninfa invocó a su padre y quedó convertida en laurel, el  árbol que en griego lleva su nombre (fig. 81). Apolo tejió con sus hojas una corona, que se convirtió en símbolo del triunfo poético y deportivo (fig. 82).

Desde la Baja Edad Media el relato de las Metamorfosis ha sido la principal fuente de inspiración de los literatos y artistas posteriores. Entre las numerosas recreaciones del episodio destacan el célebre grupo escultórico de Bernini (fig. 83) y el no menos famoso Soneto XIII de Garcilaso.

En la poesía española contemporánea hay tratamientos novedosos:

  • el joven García Lorca se identifica con la ninfa en “Manantial” (Libro de Poemas, 1919): “Yo me incrusté en el chopo centenario/ con tristeza y con ansia./ Cual Dafne varonil que huye miedosa/ de un Apolo de sombra y de nostalgia”;
  • Elena Martín Vivaldi adopta la perspectiva de la heroína en el soneto “Dafne” (Arco en desenlace, 1963);
  • y Juana Castro (1945) le presta su voz en un poema que se inicia con estos versos: “Que tu luz no me busque, Apolo, porque soy una hoja / que vive con el viento”; y termina así: “es inútil que corras, inútil que me alcances,/ porque tengo las plantas/ vaciadas en la tierra/ y el laurel/ es ya un triunfo de oro en mi cabeza” (“Dafne”, Paranoia en otoño, 1985).

A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos qu'el oro escurecían
de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aun bullendo ‘staban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!

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