Un día, Marsias encontró junto a una fuente la flauta de doble tubo (aulós) que Atenea había inventado y luego, desechado porque al soplar afeaba su rostro (fig. 69). La flauta sonaba tan maravillosamente que Marsias se atrevió a desafiar a Apolo. El concurso, fue presidido, según las versiones, por las Musas o por Midas, rey de Frigia (figs.70-71), y resultó vencedor Apolo, quien hizo desollar a su rival colgándolo de un pino (figs.72, 73, 74). Este episodio se ha interpretado como aviso contra la soberbia, como la confrontación entre lo apolíneo y lo dionisiaco, o como una alegoría de la liberación del alma de lo material. En la tradición artística se confunde, a veces, con el duelo de Apolo y Dafnis (fig. 75) o entre el dios y Pan donde Midas dictaminó a favor del último y, a cambio, obtuvo unas orejas de burro (fig. 76).
La crueldad de Apolo respecto a Marsias contrasta con su benevolencia hacia otros músicos, por ejemplo, Arión. Durante una travesía el dios se le apareció en sueños para advertirle que los marineros planeaban asesinarlo, pero que, llegado el momento, pidiera que lo dejasen cantar. Así ocurrió y, al sonido de su voz, acudieron los delfines: Arión se tiró al mar y consiguió llegar a tierra a lomos de uno de ellos. A su muerte, Apolo lo transformó en la constelación del Delfín (fig. 77).
En mi último trabajo yo te pido
de tu valor, oh Apolo, ser tal vaso
que me halles digno del laurel querido.
Bastó hasta aquí una cumbre del Parnaso,
mas ambas cosas necesito cuando intento
a la última palestra abrirme paso.
Entra en mi pecho, espira en él tu acento
como cuando los miembros de Marsias
sacaste de su vaina y aposento.