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1.1. Origen y atribuciones

 

Hefesto se corresponde, al parecer, con una deidad egeo-minoica del fuego, incorporada al Panteón en época micénica. Su fuego no es el del rayo ni el del hogar, que atañen a Zeus y Hestia, sino el tecnológico, empleado para trabajar los metales, en su caso, nobles (oro, plata y bronce). El dios obrero (demiourgós) está conectado con los volcanes, donde los mitos suelen localizar su taller, de donde su nombre latino: Vulcano. 

En consonancia con el menosprecio ancestral por los oficios manuales, los griegos imaginaron a Hefesto con baja estatura, feo y tullido (fig.1). Los poetas lo apodan “el cojo ilustre” y “el cojo de ambos pies”: en el arte arcaico se representa patizambo o con los pies torcidos hacía atrás, mientras que en el clásico se obvia su deformidad. En cualquier caso, es reconocible por el gorro ovoide (pílos) y sus herramientas: el hacha de doble filo, el martillo, el yunque y, en particular, las tenazas. 

En la Ilíada, él mismo da dos versiones sobre la causa de su cojera: en un pasaje cuenta cómo, por defender a Hera, Zeus lo arrojó del Cielo “agarrándome del pie. Y todo el día estuve descendiendo y a la puesta del sol caí en Lemnos” (1.590-593); pero, en otro, recuerda “que caí lejos por voluntad de la perra de mi madre, que había decidido ocultarme porque era cojo” (18. 395-397). Esta segunda versión coincide con la expuesta por Hera en el Himno homérico III. A Apolo (309 ss.): “¡Oídme dioses y diosas, (...) cómo Zeus engendró sin mí a Atenea, que destaca, mientras que se quedó lisiado, tullido de los pies, mi hijo Hefesto, al que yo misma parí. Enseguida, cogiéndolo con mis manos, lo arrojé al ancho ponto”. Según esto, pues, la cojera de Hefesto era un defecto de nacimiento, quizá debido a la concepción anómala, que cuenta Hesíodo (Teogonía, 927-929) y reitera Apolodoro (Biblioteca, 1.3.6): la diosa, furiosa con su marido, tuvo a Hefesto sin trato amoroso (Unidad 3.2). 

Según la primera versión, Hefesto fue acogido en la isla de Lemnos por los tracios sintios; en la segunda lo cuidaron la Nereida Tetis y Eurínome, hija del Océano (fig. 2) y con ellas  vivió “nueve años fabricando muchas piezas de bronce -broches, redondos brazaletes, sortijas y collares- en una cueva profunda rodeada por la corriente del Océano” (Ilíada 18, 400 ss.). Virgilio localiza esta cueva en Occidente (Eneida, 8. 416 ss.).

Según el poeta latino los Cíclopes del Etna se llamaban Brontes, Estéropes y Piracmón, aunque el último era más conocido por “Arges” (fig. 3). Los griegos localizaban la fragua en la volcánica Lemnos, o en el Olimpo, de donde Prometeo robó el fuego en beneficio de la Humanidad (Unidad 2.2), o bien en el cielo, el “estrellado palacio de bronce” mencionado por Homero donde acude Tetis para encargarle las armas de Aquiles (figs. 4-5). En este pasaje  de la Ilíada (18.368 ss.) el Poeta lo retrata, sudoroso y sucio, con un cuerpo robusto y velludo que contrasta con sus frágiles piernas. De hecho, necesita apoyo para caminar: “Marchaban ayudando al soberano unas sirvientas de oro, semejantes a vivientes doncellas. En sus mientes hay juicio, voz y capacidad de movimiento”. Estas criaturas no eran los únicos autómatas que había en el palacio: el dios hizo trípodes con ruedas, para que “por sí solos entraran en la reunión de los dioses y de nuevo regresaran a casa”, y los fuelles avivaban el fuego de la fragua obedeciendo a la voz de su dueño. 

Hefesto fabricó la mayoría de los atributos de los dioses (entre otros, el cetro y el trono de Zeus, la égida de Atenea, los carros de Helios y Ares, y el arco de Eros), las armas de los Olímpicos en la Gigantomaquia, las de Heracles, Aquiles y Eneas, e instrumentos de castigo como las cadenas de Prometeo y la rueda de Ixión (Unidad 2.2; 4.2). Muchas de estas obras tenían poderes mágicos y algunas imitaban tan perfectamente la naturaleza que no solo funcionaban como seres vivos, sino que una, incluso, cobró vida: Pandora, la primera mujer, cuyo cuerpo modeló el dios, según Hesíodo (fig. 6; Unidad 2.2).

Del lado de Sicilia, junto a Lípari, la isla de Eolo, yérguese un islote de abruptos farallones humeantes. Truena debajo una caverna unida con los antros del Etna, y excavada para las rojas fraguas de los Cíclopes. Al rudo golpear los yunques gimen, silba el metal fundido, y bajo bóvedas resoplan fogaradas en los hornos. Es mansión de Vulcano y se apellida por él Vulcania.

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