El Himno homérico III. A Apolo (VII-VI a.C.) ya transmite las características esenciales del dios de la profecía y las purificaciones, que fue especialmente venerado por todos los griegos. Según el Himno, como había decidido fundar un oráculo, recorrió Tesalia, Eubea y Beocia, y en la Fócide encontró el lugar adecuado: Delfos, al pie del monte Parnaso. Según otra tradición, antes de instalarse allí, Apolo viajó en un carro tirado por cisnes o por grifos al Gran Norte, el país de los sabios Hiperbóreos, un lugar donde regresaba cada invierno (fig. 62).
Existen varias versiones sobre el origen del oráculo de Delfos. En las Euménides de Esquilo (1 ss.) la Pitia saluda a las divinidades del lugar: “Primero, con mi plegaria honro, ante todo a la Tierra, de entre los dioses, primera profetisa; luego a Temis que, según dicen, segunda en el trípode profético de su madre se sentó. A su vez, con el permiso de Temis, y sin hacer violencia a nadie, tercera profetisa, Febe aquí sentóse, y a Febo Apolo se lo ofrece como don natalicio”.
Frente a esta transmisión pacífica de los poderes oraculares, Eurípides (Ifigenia en Táuride, 1234 ss.) cuenta cómo al poco de nacer el dios mató a la serpiente que guardaba el oráculo de Gea, desencadenando un conflicto que Zeus resolvió en beneficio de su hijo. Esta versión concuerda con la del Himno homérico, según la cual, Apolo encontró a la dragona Pito (o Pitón), hija de la Tierra, en la fuente donde habitaba y la alcanzó con su dardo certero. Entonces, dice el Himno (6.359 ss.), “ella, abrumada por terribles dolores, yacía jadeando intensamente y rodando por el suelo. Un grito sobrehumano, indescriptible, se produjo, y por el bosque no cesaba de retorcerse violentamente, aquí y allá. Perdió la vida, exhalando un aliento ensangrentado” (fig. 63).
El mito de la matanza de la serpiente, un animal asociado a los cultos telúricos, expresaba no solo la victoria de una deidad olímpica masculina sobre potencias pre-olímpicas femeninas, sino también la subordinación de las mujeres en el ritual délfico. En efecto, cuando había una consulta, la pitia entraba sola en una cámara subterránea (ádyton), donde estaban la piedra llamada ómphalos (“ombligo”), que marcaba el centro de la Tierra (fig. 64), y el trípode oracular, colocado sobre una grieta del suelo (fig. 65); sentada sobre el trípode, en estado de posesión (enthousiasmós), profería palabras y gritos (fig. 66), que los sacerdotes redactaban desde una cámara contigua; pero como las respuestas oraculares eran auténticos enigmas, debían intervenir los exégetas oficiales, todos varones.
En su época de apogeo el santuario de Delfos fue el principal centro económico y político panhelénico: aconsejaba a las ciudades donde debían fundar sus colonias, sancionaba las leyes y actuaba como intermediario en sus disputas; además, reconocía a los nuevos dioses y héroes, y concedía permiso para modificar los cultos ya existentes. En Delfos se celebraban los Juegos Píticos, comparables a los Olímpicos en lo deportivo, pero con mayor presencia de concursos poéticos y musicales, en consonancia con la afinidad de Apolo con estas artes.