A partir del siglo VI a. C., el problema del origen del Universo también fue abordado en Grecia por un nuevo tipo de discurso: la filosofía. En primer lugar, por los pensadores llamados “presocráticos”, “físicos” o “naturalistas”, los cuales, al igual que los poetas, tampoco ofrecieron una solución única y dogmática. Es más, como afirma Vernant (1983), el paso del mýthos al lógos, del pensamiento mítico-religioso al filosófico-racional, no supuso una ruptura radical, ya que estos pioneros de la filosofía y de la ciencia más que “racionalizar el mito”, reelaboraron en un plano abstracto nociones ya presentes en este tipo de relatos (Unidad 1.1). En concreto, Hesíodo y los primeros filósofos coinciden al considerar que:
- El Cosmos, es decir, el Orden de la naturaleza y, por extensión, de la sociedad, no es eterno, sino que se forjó a través de una serie de etapas y procesos.
- El Orden cósmico surge de un estado inicial de indiferenciación, generalmente denominado Caos (Cháos), que se concibe como un “vacío” en la mayoría de los relatos mitológicos, o, por el contrario, como “Ápeiron”, una masa de materia compacta, confusa y sin límites, en el caso del filósofo Anaximandro.
- Por partenogénesis o segregación espontánea se generan tanto las potencias primigenias de las cosmogonías (Océano, Gea o Nix), como los principios físicos (archaí) que los primeros filósofos identificaron con los elementos: el agua (Tales), el fuego (Heráclito), la tierra (Jenófanes) y el aire (Anaxímenes).
No obstante, cabría preguntarse dónde se traspasan las fronteras del discurso mítico y comienza la filosofía. Según Vernant, la principal novedad de los pensadores es que los primeros elementos (archaí) no se conciben como seres divinos, sino como potencias naturales, eternamente activas y capaces de producir efectos físicos determinados. Así, su interacción explicaría los fenómenos meteorológicos y la renovación anual de las estaciones. En consecuencia, estos “principios” serían no sólo “cosmogónicos”, es decir, relativos al origen del Universo, sino fundamentalmente “cosmológicos”, capaces de explicar su curso habitual. De esta manera, la visión antropomórfica del relato mítico-religioso es sustituida por un modelo mecánico, basado en las relaciones causa-efecto.
Platón, por su parte, utiliza la estructura narrativa y el imaginario de la mitología para ofrecer explicaciones inteligibles sobre complicadas cuestiones de física y de metafísica (Unidad 1.1).
Así, en el Timeo, se plantea la cuestión sobre si el Universo o Cosmos fue así desde el principio o si se generó y tuvo un comienzo. El personaje que da nombre a este diálogo expone una teoría acerca del origen del mundo, los dioses y la humanidad cuya premisa es la intervención de un dios “hacedor y padre del Universo” (demiourgós). Este tomó la materia que se agitaba de manera caótica y desordenada, y convirtió el desorden en orden de la siguiente manera (Timeo 32 b-c).
Las teorías filosóficas sobre la primera etapa de la formación del Universo influirán en mitógrafos y poetas. Como testimonio del constante y fructífero diálogo que mantuvieron la mitología y la filosofía en la Antigüedad grecorromana, pueden citarse los relatos cosmogónicos incluidos en la Biblioteca histórica de Diodoro de Sicilia y las Metamorfosis de Ovidio (Unidad 2.1. Actividad 1).
Colocó agua y aire en el medio del fuego y la tierra y los puso, en la medida de lo posible, en la misma relación proporcional mutua – la relación que tenía el fuego con el aire, la tenía el aire con el agua y la que tenía el aire con el agua, la tenía el agua con la tierra- , después ató y compuso el universo visible y tangible. Por esta causa y a partir de tales elementos, en número de cuatro, se generó el cuerpo del mundo.