Cuenta Hesíodo (Teogonía, 115 ss.):
En el principio, existió el Caos. Después, Gea de amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. Por último, Eros, el más hermoso de los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos. Del Caos surgieron Érebo y la negra Noche. De la Noche, a su vez, nacieron el Éter y el Día, a los que alumbró preñada en contacto amoroso con Érebo. Gea alumbró al estrellado Urano con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas partes y poder ser así sede siempre segura para los felices dioses. También dio a luz a las grandes Montañas, deliciosa morada de diosas, las Ninfas que habitan en los boscosos montes. Ella igualmente parió al estéril piélago de agitadas olas, el Ponto, sin mediar el grato comercio.
Así pues, Caos, Gea y Eros constituyen la tríada de divinidades primigenias, pero no han coexistido en el inicio, sino que se suceden. En efecto, el Caos es una especie de un espacio vacío, inerte y confuso, carente de luz y de orden; en él se genera Gea, la Tierra, el primer elemento diferenciado, con forma y límites precisos, que va a aportar al Cosmos materia y sustento. A continuación, del Caos emerge Eros, deidad que en Hesíodo no se confunde con el dios homónimo hijo Afrodita (Unidad 3.2), sino que personifica la energía, la fuerza de atracción que pone en movimiento la generación de nuevos dioses a partir de Caos y Gea.
Caos engendró de sí mismo a Érebo (la Oscuridad absoluta) y a Nix (la Noche), los cuales, a su vez, se unieron y produjeron dos potencias de luz: el Éter (la Luz pura) y Hémera (la Luz del día). Gea, por su parte, alumbró por partenogénesis a dos divinidades masculinas: Urano (el Cielo), y Ponto (el Mar). El primero es una especie de doble de Gea, puesto que la cubría por completo, mientras que el segundo sería su contrario, ya que, frente a la naturaleza sólida y estable de la Tierra, el Mar muestra una faz fluida, multiforme y cambiante.
Acostada con Urano, Gea concibió, por una parte, a los doce Uránidas o Titanes, según Hesíodo, en el siguiente orden: Océano, Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto, Tea, Rea, Temis, Mnemósine, Febe, Tethys y Crono; gestó, además, a los tres Cíclopes (Brontes, Estéropes y Arges), llamados así porque tenían un solo ojo completamente redondo en la frente; y, finalmente, a los monstruosos Hecatonquiros (Coto, Briareo y Giges) que además de los “cien brazos” a que debían su apodo, tenían cincuenta cabezas (cuadro genealógico nº 1). Sin embargo, ninguno de estos hijos podía ver la luz, ya que Urano los mantenía en el seno de Gea. Para remediar esta situación, Gea ordenó al más joven de sus hijos, Crono, que con una hoz afilada que la diosa había forjado en su interior, cortase el miembro viril de su padre. Y así se ejecuta la separación definitiva de Urano y Gea, del Cielo y la Tierra.
El falo castrado de Urano cayó en las olas del Ponto, su esperma fecundó las olas y engendró a Afrodita, “la diosa nacida de la espuma” (y “del esperma”, por el doble significado de la palabra aphrós en griego) (Unidad 3.2). Finalmente, algunas gotas de la sangre de Urano salpicaron a Gea y de ellas nacieron los Gigantes y las tres Erinias, las diosas de la discordia, más conocidas por su advocación latina de “Furias”. En las figuraciones artísticas las Erinias, como otras divinidades preolímpicas, se suelen representar con alas y, en su caso, también con serpientes enroscadas en brazos y cabellos.
En conclusión
Al finalizar la sección cosmogónica de la Teogonía de Hesíodo, se encuentran separadas y diferenciadas las dimensiones del espacio (Gea-Tierra, Urano-Cielo y Ponto-Mar) y del tiempo (Érebo-Oscuridad y Éter-Luz, Nix-Noche y Hémera-Día); igualmente, están activas las fuerzas capaces de crear: el Amor (Eros y Afrodita) y la Discordia (las Erinias). De esta manera, Gea, Urano y Ponto proporcionan los escenarios donde se desenvolverán los habitantes del mundo: los dioses inmortales, arriba en la frontera con la bóveda celestial, los hombres vivos sobre la tierra y los muertos, en el subsuelo.
El linaje del Caos, por su parte, representa el tiempo, en una doble dimensión: mientras que la Noche y el Día marcan la existencia efímera de las razas mortales (humanos y animales), el Érebo y el Éter conciernen, respectivamente, a los dioses Infernales y los Olímpicos.