Los poetas antiguos retrataron la suprema belleza de la “dorada” o “rubia” Afrodita: sus “ojos negros”, “negras pestañas”, “hermosas mejillas” y “delicado cuello”, sus “pechos blancos como la plata”, su “talla y figura excelsas”, así como su carácter “risueño”. En el arte arcaico y clásico suele aparecer vestida, con el cabello recogido y corona, a veces, con velo y joyas, y, casi siempre, acompañada del alado Eros (fig. 40). Hacia el 360 a. C. Praxíteles esculpió una Afrodita desnuda para el santuario de Cnido, que no solo se convirtió su imagen más famosa, sino que también inauguró la tradición de las “afroditas” desnudas y semidesnudas (“púdicas”), objeto de múltiples copias y recreaciones en época romana (fig. 41-42). En el siglo II de nuestra era, Luciano combinó los rasgos de la Cnidia (figs. 43-44) con las vestidas de Alcámenes (fig. 45) y Calamis (fig. 46) para componer su canon de la belleza femenina (Imágenes, 6).
De la Afrodita de Cnido tomo sólo la cabeza, pues no se requiere el resto del cuerpo ya que está desnudo. Las cejas, la frente y la cabellera se dejarán del modo en que bellamente las hizo Praxíteles, y también la mirada, su brillo y gracia (…) Los ojos negros se cogerán de la Afrodita de Alcámenes, la que se está en los Jardines, y de ésta, además, la forma de las manos, la delicadeza de las muñecas y las puntas de los dedos (…) La Afrodita Sosandra de Calamis la adornará con su majestad y su media sonrisa, grave y digna, será a la manera de aquella; también mantenderemos la bella disposición y decencia del manto de la Sosandra (…) En estatura será idéntica a la de Cnido.
(Traducción M. Alganza Roldán)