Según Hesíodo (Teogonía, 886 ss.), Atenea fue concebida por la primera esposa de Zeus, la Oceánide Metis, pero terminó su gestación en el cuerpo del dios: Metis encarnaba la Inteligencia ingeniosa y astuta, y se había predicho que engendraría un hijo más poderoso que su padre; por esta razón, Zeus se la tragó cuando estaba embarazada (Unidad 3.1). El nacimiento de Atenea, adulta y armada, fue un tema muy popular en la cerámica ática de los siglos VI-V a.C.: Zeus aparece sentado en su trono y rodeado de distintos dioses, entre los que suele estar Hefesto, rompìendo con un hacha el cráneo de su padre para ayudarle a alumbrar a la diosa; en algunas escenas debajo del trono está pintada una figurilla femenina, quizá Metis (fig. 85); en otras, en ese lugar aparece Níke, la Victoria alada (fig. 86). La supresión gráfica de la figura materna coincide con la versión del episodio transmitida por el Himno homérico XXVIII. A Atenea (4 ss.): "La engendró por sí solo el prudente Zeus de su augusta cabeza, provista de belicoso armamento de radiante oro (…) Y ella, delante de Zeus egidífero, saltó impetuosamente de la cabeza inmortal, agitando una aguda jabalina". A la misma tradición recurre Esquilo en el alegato de Apolo para justificar el matricidio de Orestes (Euménides, 657 ss.): "Puede haber padre sin que exista madre, y muy cerca tenemos un testigo: la propia hija de Zeus, rey del Olimpo. No fue gestada de una materna entraña".
De hecho, en la mitología griega Atenea es “la hija de Zeus” y la “Virgen” (Parthénos) por antonomasia, es decir, una soltera perpetua y sujeta a la autoridad paterna. Atenea se muestra especialmente celosa de su virginidad, como ilustran el mito sobre el intento de violación por parte Hefesto, del que nació Erictonio (Unidad 2.2; 3.3), y la versión sobre la ceguera de Tiresias como castigo por haberla espiado cuando se bañaba (fig. 87)
En el mencionado pasaje de la Teogonía, se la llama “la diosa de ojos glaucos (o de lechuza)” y “Tritogenia”. El primer epíteto apunta al color de sus pupilas y a las cualidades de sagacidad y prudencia atribuídas su ave simbólica; el segundo, en general, a su nacimiento en un lago Tritonis, de ubicación controvertida, o a su crianza junto al semidiós Tritón. Éste tenía una hija, Palas, a la que Atenea mató sin querer y en cuya memoria tomó ese nombre; según una variante de esta historia, la diosa honró a su amiga fabricando una estatua con su imagen, el Paladio, que garantizaba la salvaguarda a la ciudad que lo poseía; en otras versiones, este talismán es un ídolo de madera (xóanon) de Atenea misma. Según los mitos, la estatua cayó desde el cielo a Troya, donde lo robaron Ulises y Diomedes; sin embargo, como otras ciudades se atribuían la posesión de este icono milagroso, se decía que los troyanos habían hecho varias copias para engañar a los griegos y que el Paladio genuino se lo llevó consigo Eneas a Roma, donde era custodiado por las Vestales.
Según una versión más rara, Palas era un gigante, nacido de Urano y Gea, que atacó a Atenea, pero Zeus la protegió con su escudo (la “égida”); la diosa venció a Palas, lo desolló, revistió con su piel el escudo y adoptó su nombre como apodo. La égida de Atenea estaba rematada por serpientes y llevaba en el centro el “gornóneion”, la cabeza de Medusa, que Perseo le ofrendó por ayudarlo a destruir al monstruo (Unidad 1.2; 4.1). Estos dos atributos aparecen en el siglo VI a.C. completando la iconografía de Atenea, fijada en el siglo anterior y vigente desde entonces en el imaginario: la diosa guerrera, con peplo hasta los pies, lanza, escudo y casco (figs. 88-89).