En la Ilíada (14. 295 ss.) Hera misma recuerda su crianza por Océano y Tethys en los confines del Océano y su primer encuentro sexual con Zeus, antes de casarse y a escondidas de sus padres; según otras versiones, para seducirla el dios tomó la figura de un cuclillo y se posó sobre su regazo; luego, recuperó su forma e intentó forzarla, pero ella se resistió hasta que le dio promesa de matrimonio.
Dependiendo de las fuentes la boda se localizaba en la cima de distintas montañas – el Ida de Frigia, el Coquigio (“monte del cuco”) en la Argólide, el Olimpo, en Tesalia y el Citerón, en Beocia-, o bien en el Jardín de las Hespérides, donde Hera plantó el regalo nupcial de su abuela Gea: las manzanas de oro que otorgaban fecundidad y juventud perpetua. En las representaciones de esta hierogamia o “matrimonio sagrado” la diosa aparece cubierta con el velo nupcial y empuña el cetro con su esposo, expresando el puesto que asume entres los dioses como esposa legítima y, por extensión, el de las mujeres casadas en la sociedad humana (fig. 1). De hecho, la unión de Zeus y Hera constituía el modelo mítico y ritual del matrimonio monógamo y se conmemoraba cada año en todas las ciudades griegas.
Homero llama a Hera “la de ojos de vaca o de novilla” y otras advocaciones aluden al ciclo vital y social de las mujeres: “Niña”(Pais), “Plena” (Teleía), esto es la casada, y “Viuda” (Chêra). Sus principales centros de culto estaban en Samos, la isla donde se solía localizar su nacimiento, y en Argos, la ciudad cuyo patronazgo, según los mitos, había arrebatado a su hermano Poseidón; la Hera argiva tenía, además, varios santuarios en la Magna Grecia, entre ellos los dos aún en pie de Paestum. En Olimpia cada cuatro años se le dedicaban los Juegos Hereos, con carreras de muchachas en el estadio.
Se la representaba como una matrona, portando una corona cónica (pólos) o una diadema y un cetro, a veces, rematado por una granada, o con una manzana o una patera en la mano (figs. 2-3-4). Estos atributos, alusivos a la soberanía y la fecundidad, figuraban en su estatua más famosa, la de Argos, descrita por Pausanias (2.17.4).
A partir de la época helenística el cuco tiende a ser sustituido por un ave exótica, el pavo real, traída de la India por los ejércitos de Alejandro Magno, que llega a convertirse en el distintivo iconográfico por antonomasia de Hera (fig. 5-6). Según los mitos, los “ojos” irisados que adornan la cola del pavón, eran los de Argo, el guardián de Ío, su sacerdotisa y rival, que la diosa recogió de su cabeza cuando fue decapitado por Hermes, a fin de recompensar su servicio e inmortalizar su memoria (Unidad 3.1; 3.3; fig. 7).
La importancia religiosa de Hera, cuyo culto en todo el mundo griego era equiparable al de Zeus, contrasta vivamente con la imagen, acuñada en los poemas homéricos, de mujer celosa y colérica, cuyas riñas Luciano escenifica cómicamente (Diálogos de los dioses 8, 1-2; 5).
Ovidio (Metamorfosis, 3. 316-339 ), por su parte, se hace eco de un relato sobre la intimidad cordial que, en ocasiones, mantenía la pareja (fig. 8): “Cuentan que Júpiter, aliviado por el néctar, había dejado a un lado sus preocupaciones y se había entregado a dulces bromas con la despreocupada Juno”. El tema de conversación era sobre quién gozaba más en el sexo si el varón o la mujer; para dirimir esta amable disputa, preguntaron a Tiresias, porque conocía ambos placeres: durante un paseo por el monte Citerón encontró a dos serpientes apareándose, las golpeó con su bastón y, como castigo, fue convertido en mujer; siete años más tarde, se repitió el episodio y recuperó su naturaleza original (fig. 9). Tiresias apoyó la opinión de Zeus - que la mujer se gozaba nueve veces más- y Hera lo dejó ciego por revelar este secreto femenino; en contrapartida, Zeus le otorgó el don de la profecía, que ejerció en Tebas durante siete generaciones y, a su muerte, incluso en el Hades (Unidad 4.1; 4.3).
En un pasaje de la Ilíada (14.315 ss. Ss.), Hera seduce a Zeus valiéndose de sus encantos y del cinturón que le presta Afrodita (fig. 10), logrando que exclame:
“Nunca hasta ahora tan intenso deseo de diosas o de mujer me ha inundado el ánimo en el pecho hasta subyugarme”. Y cuando la diosa se muestra reacia a hacer el amor allí mismo, en las cumbres del Ida, y a la vista de todos, Zeus responde: “¡Hera! No temas que uno de los dioses o de los hombres vaya a verlo: yo echaré para envolvernos una nube que será áurea, y ni siquiera el Sol podrá traspasarla con su vista, aunque su luz es lo que tiene la mirada más penetrante”.
HERA.- Desde que raptaste al mozalbete ese, Zeus, al frigio, y lo trajiste del Ida me haces menos caso. ZEUS.- ¿También estás celosa de este muchacho tan sencillo y tan inocuo? Yo creía que sólo te enfadabas con las mujeres que tienen relaciones conmigo. HERA.- Ni está bien lo que haces, ni es propio de ti que, siendo dueño y señor de todos los dioses, me abandones a mí, tu legítima esposa, y bajes a la tierra a cometer adulterios convertido en oro, en sátiro o en toro. Sólo que mientras que aquéllas se te quedan en tierra, el muchachito este del Ida al que raptaste y trajiste volando, tú la más noble de las águilas, vive aquí con nosotros, posado sobre mi cabeza, en teoría como “escanciador”(…) ZEUS.- Tú misma te atormentas, Hera, y con tus celos no consigues otra cosa que acrecentar mi pasión. Y si te cabrea recibir la bebida de un mozo tan guapo, que te la escancie tu hijo.
La imagen de Hera está sentada en un trono, es de gran tamaño, de oro y marfil y obra de Policleto; encima tiene una corona con las Cárites y las Horas labradas, y en una mano lleva una granada y en la otra un cetro (…) En cuanto al cuco que está sentado en el cetro, lo explican diciendo que Zeus, estando enamorado de Hera cuando era virgen, se transformó en este pájaro, y que ella lo cazó como un juguete.