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3. La ficción, el juego, la catarsis

 

Es interesante destacar cómo Aristóteles considera, al observar las obras de su tiempo, que el objeto de imitación (el tema) son las acciones humanas (1448a): la imitación se vincula al acontecer de las personas, es por tanto eminentemente narrativa, tiene que ver con lo que hacemos o dejamos de hacer como individuos o colectivamente (guerras, traiciones, adulterio, matrimonio, cuidado, decisiones…) También cabe subrayar cómo el filósofo da una explicación antropológica del porqué de esta actividad:

  1. Porque nos produce placer vernos reflejados en estas imitaciones.
  2. Porque aprendemos de ellas.

Aristóteles vincula de hecho esta actividad con el juego de los niños, que aprenden imitando las acciones de los adultos (Poética, 1448b, 5). Esta es una idea importante para nuestra definición porque, en efecto, muchos juegos infantiles participan de esta idea de ficción que estamos tratando de definir: construyen por representación un mundo caracterizado por el como si: esto es como si fuera un castillo o una nave espacial, etc. Los niños cuando juegan actúan en efecto como si realmente estuvieran viviendo en ese lugar otro que ellos mismos han creado, olvidándose del real, pero al mismo tiempo son plenamente conscientes de que éste es inventado y no existe: basta con que sean llamados para merendar.

Aristóteles también menciona que el efecto de estas ficciones en el espectador puede ser lo que él denomina catarsis o expurgación de las pasiones (1449b, 25). De nuevo nos encontramos ante un concepto complejo y controvertido pero que, traído hasta nuestro momento y para el problema que nos ocupa, podemos decir que hace referencia a la posibilidad de vivir de forma mediada determinadas experiencias, sobre todo terribles (de hecho, Aristóteles lo vinculaba principalmente con la tragedia) sin sufrir sus consecuencias reales. Aun a riesgo de una simplificación excesiva, en la idea de catarsis subyacen fenómenos como el que podamos experimentar emociones intensas (hasta el llanto), al identificarnos con el protagonista de una película y sus peripecias al mismo tiempo que sabemos perfectamente que se trata de un actor y que no le está sucediendo nada (recordemos la capacidad para alternar entre la realidad y la ficción en el juego de los niños).

Estudios neuropsicológicos y de psicología evolutiva recientes parecen dar la razón a Aristóteles y plantean la hipótesis de que, en efecto, las ficciones pudieron cumplir en nuestros primeros antepasados la función de aprendizaje, y la posibilidad de experimentar determinadas vivencias sin necesidad de sufrir sus consecuencias negativas. También pudieron fomentar la empatía y la colaboración del grupo al permitir imaginar, por imitación, cómo son los otros y las razones de sus actos. Por último, como subraya Françoise Lavocat, en la ficción, con la posibilidad de vivir otros mundos, posibles e imposibles, obtenemos una suerte de “método compensatorio” a nuestra propia finitud (Lavocat 2016: 530).

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