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1. Ficción y no ficción

Introducción

Para entender las fronteras entre la ficción y la no ficción y la repercusión de las relaciones entre ambas en los nuevos medios, o en relación, por ejemplo, con la IA, primero es necesario definir ambos conceptos. Se trata de términos cuyo significado intuitivo todos conocemos, pero que resultan más ambiguos y problemáticos de lo que parece si se piensa sobre ellos, sobre todo si empezamos a reflexionar acerca de sus implicaciones en relación con otras nociones, como, por ejemplo, las de verdad, mentira, realidad o, incluso, términos de moda como fake news —es decir, noticias falsas o bulos— y posverdad. Comencemos, por tanto, con el concepto de ficción.

José Manuel Ruiz Martínez
Profesor del Departamento de Lingüística General y Teoría de la Literatura, Universidad de Granada

 

Ficción viene del latín fictiō, fictiōnis, derivado de fingō, fingere ("formar"). Según las dos acepciones del DRAE, la ficción es:

  1. La acción o el efecto de fingir.
  2. Una clase de obras literarias o cinematográficas, generalmente narrativas, que tratan de sucesos y personajes imaginarios.

Esta definición nos resulta muy útil porque delimita los dos elementos principales de nuestro problema. Por un lado, la acepción más directamente vinculada con la idea de que estamos hablando de obras creativas de carácter narrativo cuya cualidad principal es que lo que se narra es imaginario, esto es inventado (más adelante, nos detendremos con más detalle en esta idea y seremos más precisos). Por otra parte, aparece la idea de fingir, de fingimiento. Si volvemos al DRAE para buscar este verbo, obtenemos de nuevo dos acepciones muy interesantes:

  1. Dar existencia a algo que no la tiene.
  2. Dar a entender algo que no es cierto.

En el primer caso se redunda en la idea ya expuesta de una invención; en el segundo, se vincula la idea de fingimiento, y por ende de ficción, con la de mentira. Sin duda, las ficciones son mentira; no obstante, sabemos, aunque sea intuitivamente, que no se trata de mentiras sin más; como mínimo, serían una forma particular de mentira. Esta es una cuestión que luego desarrollaremos pero, ya podemos empezar a comprender cuál es la diferencia. En las ficciones no hay una voluntad de engañar; el receptor del relato sabe de antemano que este no es cierto, o, al menos, que guarda una relación especial con la verdad. Se trata de una suerte de engaño pactado por ambas partes, emisor y receptor. Esta idea de pacto será muy importante, como veremos más adelante. De hecho, tiene un nombre técnico: es el pacto ficcional

En ese sentido, podríamos definir la no ficción, a la que también llamaremos factualidad, como lo opuesto a la ficción en los dos sentidos dados por la definición del DRAE:

  • Por una parte, aquello que no se finge, que no se está simulando y que, por tanto se corresponde con la verdad de los hechos (más adelante, de nuevo, seremos más precisos y realizaremos algunos matices).
  • Por otro, podríamos postular que se trataría, como antes, de un tipo de obra creativa de carácter narrativo, pero cuyo relato lo es de sucesos y personajes reales; es decir, en una obra de no ficción podríamos acudir a fuentes externas al relato mismo para comprobar la veracidad de lo que allí se está contando.

Un ejemplo paradigmático del ámbito audiovisual sería el documental; en el escrito, podemos pensar en un ensayo histórico o una biografía. Esto, obviamente, no es tan sencillo, pero, una vez más, luego estableceremos algunas precisiones. En realidad, también entenderemos la no ficción en términos de pacto, un pacto opuesto al ficcional: un pacto de no ficción entre el emisor y el receptor acerca de la veracidad de los hechos que el primero le relata al segundo. En el pacto ficcional, el receptor no puede pedir al emisor responsabilidad sobre la veracidad de los hechos relatados; en el pacto de no ficción, sí podría hacerlo.

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