Desde hace apenas dos décadas nos comunicamos a través de herramientas mensajería instantánea o de stories capaces de alcanzar millones de visualizaciones en apenas minutos, si viajamos atrás apenas un soplo, algo más de 500 años, la imprenta de Guttenberg permitió una difusión de contenidos amplia pero reservada, en la mayoría de los casos, a unos pocos, una situación que iría cambiando, democratizándose y permitiendo que el conocimiento, impreso, pudiera llegar más allá de donde las voces llegaban, casi hasta el infinito y más allá. Sin embargo, antes de eso, durante la inmensa mayoría de millones de años que componen la historia evolutiva de nuestra especie nos comunicamos de tú a tú, de manera oral, alrededor de un fuego, creando cultura popular a través de la más poderosa de las herramientas de comunicación: las historias.
Somos maravillosos contadores de historias. Nuestro cerebro disfruta con ellas, se abre ante un “había una vez”, quiere saber más, se imagina, se emociona. Somos capaces de recordar mejor cuando todo tiene su introducción, nudo y desenlace, cuando todo tiene un orden y un sentido. Lo bueno de todo esto es que todos estamos tejidos por historias, todos vivimos en una, todos conocemos miles. Por ello, cuando comunicamos, si las utilizamos sólo estaremos ganando enteros. Por ejemplo, si estás buscando trabajo en una peluquería y dejas un CV, este será uno más, otro que ir al montón de los CV olvidados, mal lugar si pretendías que se acordasen de ti. Pero si me cuentas que hiciste peluquería porque te criaste en la de tu abuela, que con 6 años pasabas allí las tardes hablando con las clientas, que le sujetabas el secador con 9 y que echaste tu primer tinte con 12 porque te encantaba pasar tiempo en aquel lugar, lo que me estás contando es muchísimo más que el tener un título de peluquería. Me estás contando que tienes el ojo entrenado, que sabes cómo tratar a la clientela, que has desarrollado práctica desde hace mucho aunque tu título diga que es del año pasado. Eres especial. Tu historia te hace especial, te quiero en mi equipo. Tu historia te saca del montón de los CV olvidados.
Eso sí, siempre en orden. Primero el cebo, el anzuelo, esa frase potente, puro flash, después la introducción, sencilla, para contextualizar, el desarrollo y un cierre que dé sentido a tu presencia allí, a lo que necesitas, a lo que andas buscando “por eso, desde que mi abuela se jubiló y vendió su peluquería yo he estado deseando de formarme para comenzar en este universo en el que me he criado. Me dieron el título hace un par de semanas y estoy deseando volver a la carga, con la misma ilusión que cuando era niño/a”. Por ejemplo.
Sin nervios, con tranquilidad. Cree en tu historia, confía en ella, no dudes que será siempre tu herramienta más poderosa de comunicación. La tuya o la de las personas, los seres o las cosas que sean protagonistas de tu lugar de trabajo.