El Hades es un espacio infranqueable y vetado a los vivos, de ahí que una de las pruebas habituales para los héroes sea el descenso a los Infiernos o katábasis, pues solo ellos pueden entrar y salir impunemente, escapando de las fauces de Cerbero, el perro tricéfalo guardián del Inframundo. Teseo, Heracles, Odiseo o Eneas bajaron a los Infiernos con diferentes intenciones (Unidad 5.2; Módulo 6), pero, sin duda alguna, la katábasis más célebre y que más pervivencia ha tenido es la de Orfeo en busca de su esposa Eurídice gracias, sobre todo, a los poetas latinos, pues en Grecia arcaica y clásica Orfeo es conocido por su melodioso canto y por otras hazañas menos románticas, generalmente relacionadas con el orfismo; de hecho, la mención más antigua al hecho de que Orfeo descendiera al Hades en busca de su esposa se encuentra en poetas de época helenística, aunque se haya querido ver también en unos versos de la Alcestis de Eurípides (vv. 357-364), representada el 438 a.C. Así, la mención más antigua se encuentra en unos versos del poeta Hermesianacte (s. III a.C.) en un catálogo erudito de amantes de poetas (fr. 3.1-12).
Por ejemplo la que el amado hijo de Eagro,
la tracia Agríope, pertrechado solo con su lira
hizo emerger de vuelta desde el Hades, y surcó la funesta e inexorable región
donde Caronte arrastra a su barca sumisas
las almas de los que han partido, y la laguna sus altísonos lamentos deja oír
mientras arrastra la corriente en el gran cañaveral.
Sin embargo, le bastó atreverse a tocar con su cítara solo un con junto a las aguas
a Orfeo y logró persuadir a toda suerte de dioses:
al inicuo Cócito que levanta la ceja al sonreír soportó
y también la visión del Can más terrible,
que afila su ladrido en el fuego y en el fuego la mirada
endurece, y que provoca pavor con su triple cabeza.
Allí persuadió con su canto a los excelsos soberanos
de que Agríope retomara el tierno aliento de la vida.
La peripecia es, como veremos, la misma, aunque el nombre de la esposa sea distinto, signo, pues, de que el mito no estaba aún canonizado. No obstante, ya en el s. II a.C. se documenta el nombre de Eurídice para la esposa perdida de Orfeo en una breve referencia en el Canto fúnebre por Bión de Mosco (122-126).
Los desarrollos clásicos que serán modelo de la mayor parte de las versiones posteriores son Virgilio, Geórgicas 4.454-527 y Ovidio, Metamorfosis 10.8-85 y 11.61-66, con especial mención de Boecio, La consolación de la Filosofía 3, metro 12, ya en los límites de la Antigüedad y fuente de inspiración para todo el Medievo.
Hijo de la Musa Calíope y del tracio Eagro (o de Apolo), Orfeo es el músico por excelencia, cuya melodiosa voz movía a seres inertes y amansaba a las fieras (fig. 93-94) . Estaba Orfeo casado con Eurídice, una ninfa que, mientras se encontraba en un prado con otras ninfas es perseguida por Aristeo y en la huida muere herida por la mordedura de una serpiente (fig. 95-96-97). Orfeo siente un dolor inhumano y “la música que había sometido al universo / no consolaba a su autor” (Boecio, La consolación de la Filosofía 3, metro 12.16-17). Se encamina a los Infiernos para convencer a Hades de que le devuelva a su esposa. La música de Orfeo resonó en el mundo subterráneo embrujando y encantando a todos los que allí habitaban (Virgilio, Geórgicas 4.481-484).
Orfeo consigue de Hades y Perséfone que Eurídice vuelva con él, pero debe hacer el ascenso detrás del héroe y sin volver la vista atrás (fig. 98). Ya casi en la meta el héroe vacila, desconfía de que Eurídice siga sus pasos y se vuelve, retornando al mundo de los muertos para siempre (fig. 99). El héroe vive desde entonces sumido en el dolor y, alejado de cualquier contacto con mujeres, se dedica exclusivamente a relaciones con muchachos, lo que provocará la ira de las bacantes de Tracia que, despedazándolo, arrojan su cabeza al mar (fig. 100-101-102-103). Dice Simónides (fr. 27):
Sobre su cabeza infinitos
los pájaros revoloteaban
y los peces saltaban
fuera del agua azul
al son de su bella canción.
La cabeza llegó navegando sobre la lira hasta la isla de Lesbos, donde emitía oráculos. Según Ovidio (Metamorfosis 9.61-66), el alma de Orfeo se reúne finalmente con Eurídice en los Campos Elisios y su lira acabó convertida en la constelación homónima (fig. 104).
Las revisiones del mito de Orfeo han sido muchas en el arte, la literatura e, incluso, el cine. Sin embargo, a pesar de las múltiples inversiones y travestismos realizados por los receptores del mito clásico, lo más frecuente es recurrir a Orfeo en un acto de fusión mítica en el que el autor se identifica con el personaje y quiere compartir, en parte, su suerte y sus poderes musicales, como ya había hecho el griego Mosco. No obstante, aparte de adaptaciones ejemplarizantes (Lope de Vega, El marido más firme) o alegóricas (Calderón, El divino Orfeo), el carácter hispano tiende a la burla misógina, como bien hizo el mordaz Quevedo (Parnaso español 131).
A partir del Romanticismo, sin embargo, y contra toda previsión, el elemento romántico del mito pasa a un segundo plano y Orfeo es evocado por el misticismo de su música, por haber estado en el mundo de los muertos y ser, en verdad, inmortal como magistralmente interpretó R.M. Rilke (Sonetos a Orfeo 5):
Dejad, no levantéis ninguna estela,
que la rosa florezca para él cada año:
esto es Orfeo. Su metamorfosis
en esto y en aquello. No busquemos
nombres distintos. Una vez por todas
todo canto es Orfeo. Llega y sale.
¿No es mucho ya que sobreviva a veces
por unos días al cuenco de rosas?
¿No lo entendéis? Debe desvanecerse.
Aunque desvanecerse a él mismo le dé miedo.
Transponiendo el aquí con su palabra,
ya está él allí, no lo podéis seguir.
La reja de la lira no aprisiona
sus manos. Y obedece superando.
No quedará sin recompensa el canto: igual que antes le otorgara a Orfeo por los dulces sones de su lira el retorno de Eurídice, también a ti, Bión, ha de enviar a tus montañas. Si mi siringa tuviera algún poder, ante Pluteo fuera a cantar yo mismo.
Se quedaron presos de estupor los reinos mismos de la Muerte en la profundidad del Tártaro, y las Euménides de cabellos trenzados con serpientes azuladas, y el Cérbero se quedó con sus tres bocas abiertas y la rueda de Ixión que voltea se paró.