Hades da nombre, como hemos dicho, al mundo subterráneo del imaginario antiguo, el cual se encontraba dividido en diferentes secciones no siempre fáciles de delimitar debido a la ambigüedad de las fuentes. Érebo, hijo de Caos y hermano de la Noche (Unidad 2.1) representa las tinieblas que imperan en el mundo subterráneo, donde la luz del sol no penetra como tal, sino que hay una constante claridad tenebrosa. Tártaro, elemento primordial en la cosmogonía hesiódica (Unidad 2.1), acaba designando a la parte más recóndita del inframundo, donde fueron encerrados los Titanes (Unidad 2.1) y donde son precipitados los que atentan contra el poder divino, como los mencionados Alóadas.
Los antiguos imaginaron distintas puertas de entrada al Hades, principalmente la gruta del Ténaro, en el Peloponeso, y el lago Averno, en Cumas, nombre que será utilizado por metonimia para designar al infierno en general. El interior del mundo subterráneo es oscuro, lúgubre y húmedo, no en vano hay numerosos ríos y lagunas que lo riegan. El río Océano, que también fluye en la superficie, tiene una parte de su recorrido circular muy próxima al Tártaro, de donde emana la Estigia, estancada en el Hades como el agua infernal por excelencia, dotada de cualidades mágicas (puede hacer inmortal, como pretende Tetis con Aquiles, vid. Módulo 6) y sagradas: por ella juraban los dioses, produciendo en el perjuro un estado de coma. De Estigia sale el Cocito, que confluye con el Flegetonte en el Aqueronte, el río que da entrada al submundo y al que Hermes, en calidad de psicopompo, conducía las almas. En él se encontraba Caronte, el barquero infernal que cruzaba las almas de un lado a otro a cambio de una moneda (fig. 89-90), de donde que a los cadáveres se les enterrara con una moneda en la boca o sobre los ojos. Había también prados floridos y llanuras como la Llanura de Lete, cruzada por el río Leteo o “del olvido”, pues es lo que producía en los muertos, que debían beber de él.
Este paisaje infernal varía considerablemente según las épocas, los autores e, incluso, según las corrientes filosófico-religiosas. De gran influencia han sido las adaptaciones latinas del epilio pseudo-virgiliano El mosquito (210-384) y todo el canto 6º de la Eneida, pero hubo otros infiernos conocidos solo por los iniciados en determinadas sectas religiosas; así, por ejemplo, los órficos no solo imaginaban un infierno sensiblemente distinto al tradicional, sino que además enterraban a sus muertos con unas instrucciones que debían seguir una vez llegados al Hades, según se desprende de los textos conservados en láminas de oro, que describen una vía sagrada, varias fuentes y un ciprés blanco. Durante la Edad Media la concepción pagana del inframundo se mezcló con el Infierno de la tradición judeo-cristiana dando lugar a un escenario más complejo que la popular tripartición cielo-infierno-purgatorio y las almas de los pecadores podían ser enviadas a distintas zonas del Infierno según la falta cometida, tal y como describe magistralmente Dante en la Divina Comedia o como lo representó El Bosco en el Jardín de las Delicias.
El mundo subterráneo no solo es sede de monstruos, almas y espectros, sino que también es la morada eterna para quienes han cometido un crimen indecible. Ya vimos a Tántalo (Unidad 2.2) cumpliendo condena en el Hades, pero también Ixión, atado a una rueda que gira sin cesar, por haber intentado violar a Hera (fig. 91; vid. Unidades 3.2; 4.2), o Ticio, tumbado bocarriba en el suelo mientras un águila le devora incesantemente las entrañas, pues había intentado forzar a Leto (Unidad 3.3), o Sísifo, condenado, como ya hemos visto, a subir la piedra a la montaña. Todos estos eternos condenados han atentado de una manera u otra contra los dioses, pero también hay un grupo de mujeres que sufren un castigo eterno: las Danaides, las 50 hijas de Dánao obligadas a casarse con los 50 hijos de Egipto, pero en la noche de bodas todas, excepto Hipermestra, mataron a sus esposos, por lo que fueron condenadas en el Hades a llenar de agua unos cántaros sin fondo (fig. 92).