Los espigones son estructuras estrechas y normalmente rectas y perpendiculares a la línea de costa cuyo objetivo o función principal es proteger y estabilizar la línea de costa, tanto de forma natural mediante la retención del sedimento que está siendo transportado longitudinalmente, como a través de una regeneración artificial. De forma individual, sobre un espigón se produce la acumulación de material en el lado aguas arriba y la erosión en el lado aguas abajo; ambos efectos se extienden hasta una cierta distancia de la estructura. En general se produce tanta acreción en un lado como erosión en otro, aunque resulta difícil calcular de forma exacta esos valores.
Suelen ser estructuras de escollera o bien estructuras verticales que pueden estar formadas por distintos materiales (p. ej. pilotes). Si las condiciones energéticas a las que se verá sometido el espigón son muy energéticas, puede llegar a ser necesario emplear piezas de hormigón. Ocasionalmente se construyen oblicuos respecto a la línea de costa, pueden ser curvos e incluso tener una terminación final en forma de T. Pese a ello, el empleo de estas formas diferentes no se ha mostrado más efectivo que el empleo de las tradicionales. Se diferencian también aquellos que se extienden hasta, aproximadamente, la profundidad de cierre, y que por tanto impiden completamente el transporte de sedimentos, de aquellos que tienen menores dimensiones y que sí pueden permitir el paso de una cierta cantidad de sedimentos. Asimismo, con frecuencia se hacen espigones permeables, que reducen la velocidad de la corriente facilitando la sedimentación, pero al mismo tiempo facilitan el paso de una cierta cantidad de sedimento.
Para disminuir o aliviar la erosión que se produce aguas abajo de un espigón, con frecuencia se usan secuencias o series de espigones distribuidos en el tramo de costa. De forma ideal, el espaciamiento de los espigones se elige de tal forma que entre dos espigones sólo haya acreción, es decir, que no llegue a producirse erosión por estar demasiado separados. Así, cuando el ángulo de incidencia del oleaje es pequeño, es decir, no hay mucho transporte, la separación puede ser relativamente grande. De esta forma lo que se consigue es trasladar el problema de la erosión al último espigón.
Cuando una playa que se está erosionando por la presencia de un dique termina en una desembocadura o en un estuario, en este caso la erosión no suele ser un problema, ya que el menor transporte en la dirección del flujo suele implicar que llega una menor cantidad de arena a dicho ambiente, lo que en estos casos suele ser beneficioso para no producir el cierre de ese entorno. En estos casos, a veces puede ser necesario disponer un dique final que fije alguno de los extremos de dicha desembocadura o entorno.
Conviene asimismo destacar que para que los espigones funcionen bien debe existir un transporte longitudinal considerable, ya que en zonas neutras o donde no exista transporte no son una solución adecuada a los problemas que presente el tramo de costa. Por otro lado, incidir también que con frecuencia se emplean para potenciar las regeneraciones de playas. Así, tras la regeneración, si se disponen espigones en los extremos se modifica la forma en planta de la playa, lo que disminuye el transporte longitudinal y aumenta la estabilidad. Los espigones deben tener la suficiente longitud para atrapar el sedimento.
Otro de los factores que influye en el cálculo de los espigones es la distancia que éstos deben tener respecto a la línea de costa, y cuánto deben penetrar en tierra firme. Esta distancia se estima teniendo en cuenta dos indicadores del cambio de la playa: (1) cambios estacionales de la línea de costa y (2) tasa de erosión anual del tramo de costa (incluyendo el efecto de la elevación del nivel del mar). Así, teniendo en cuenta estos valores, y teniendo en cuenta la vida útil de la obra, se puede estimar la longitud que se debe prolongar el dique tierra adentro.