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2.3. De la ´credibilidad` de los robots a la pandemia de las ´fakes`

Si hay un factor crucial en el funcionamiento (y hasta el éxito) de un medio de comunicación informativo, no es otro que la credibilidad. Ciertamente, uno de los grandes problemas a los que se enfrenta el Periodismo profesional en la actualidad es la crisis de desconfianza que se ha instalado en las audiencias y, más recientemente, incluso de hartazgo ante las noticias  (Digital News Report, 2023).

La situación se ha intensificado con la pandemia del Covid-19, con esa infodemia sobre la que ha alertado la propia ONU en paralelo a la crisis sanitaria, pero es un problema que los medios vienen arrastrando desde finales del siglo XX con la expansión de la comunicación de masas y la conformación de los grandes conglomerados periodísticos. 

Tanto en las encuesta habituales sobre la situación del sector (las anuales por ejemplo de la Profesión Periodística) como las enfocadas a las audiencias (resultan elocuentes las anuales del Reuters Institute) se ponen de manifiesto los mismos recelos: el alineamiento ideológico y activismo político de algunos medios, su dependencia del sistema económico y bancario, la connivencia con el poder, el espejismo de pluralidad que finalmente se traslada a la sociedad…

Es una crisis de confianza y credibilidad que se une a otra endémica de los medios, la económica que tiene que ver con su viabilidad y sostenibilidad (el gran desafío de los nuevos modelos de negocio) y, de forma muy intensa y en ocasiones alarmante, a ese nuevo terreno de juego que impone la tecnología, con la IA como factor disruptivo tal y como estamos analizando en este curso.

La realidad, los hechos, la versión más objetiva posible de la actualidad que se traslada en los medios, ha sido siempre una línea roja para el Periodismo. Pero, aunque se sigan defendiendo hoy los principios esencial del ejercicio periodístico (como la imparcialidad, la honestidad y la objetividad), cada vez se difuminan más las fronteras entre ficción y no-ficción por las facilidades que nos brindan las nuevas tecnologías desencadenando un sorprendente desarrollo de narrativas y perfiles con un impacto muy directo en la producción de los contenidos.

Estamos en un momento en el que las fakes (cualquier contenido, información o entidad que es falsa, engañosa o fraudulenta) se vuelven deepfakes (un tipo específico de contenido falso o manipulado, que utiliza inteligencia artificial para crear videos, imágenes o audio que parecen auténticos pero en realidad son fabricados) y la preocupación social sobre hasta dónde puede llegar la IA desdibujando lo real y lo ficcional (con intoxicación incluso y manipulación) se acrecienta entre la ciudadanía. 

Basta recordar el trending topic de Núñez Feijóo o Belén Esteban y Paquita Salas hablando un perfecto inglés (con acento, entonación y perfecto movimiento de labios en la vocalización) para que salten todas las alertas.

Revuelo en las redes con personajes públicos hablando en un perfecto inglés. El caso de Rajoy obligó incluso a personajes públicos conocidos a retractarse de sus palabras de elogio.

El problema de los bulos tampoco es nada nuevo (ha ido en paralelo a la historia misma de los medios y su papel en la esfera pública) pero nunca se habían podido perfeccionar tanto, de forma tan sencilla y barata y por personas con unos mínimos conocimientos de software y tecnologías. En el contexto mediático, el bulo hace referencia a información falsa o engañosa que se difunde de manera deliberada con el objetivo de manipular la opinión pública, generar confusión o desinformar. Los bulos pueden incluir rumores, afirmaciones sin fundamento, teorías de conspiración o noticias falsas que se presentan como hechos verídicos. Acontecimientos con mucha carga de conflicto social y trasfondo político (es el caso del 1-O de 2017 de movilización independentista catalana y la deriva más reciente en torno a la amnistía) suelen ser ejemplos de tales manipulaciones sin necesidad de recurrir apenas a la tecnología.

También a modo de ejemplo, pero ya en un estadio tecnológico más avanzado de aplicación de IA, podemos apuntar algunos casos controvertidos:

  • La imagen del Papa Francisco con un sofisticado plumón blanco de Balenciaga que saltó de las redes a los medios
  • La falsa detención del expresidente norteamericano Donald Trump que hasta desató artículos periodísticos divulgativos para orientar a las audiencias sobre cómo detectar imágenes fabricadas de forma artificial
  • La creciente proliferación de influencers generadas por IA (el caso de Aitana conecta con las nuevas estrategias publicitarias de las grandes marcas)  
  • O la controvertida portada del periódico El Mundo con una imagen falsa (fabricada) de Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. En este último caso incluso se trataba de un reportaje para alertar sobre los desafíos de la IA y, aunque se aclaraba en una pequeña nota al pie de la imagen, la evidente posibilidad de equívoco y el revuelo fue mayúsculo.

Fuente: Portada de ‘El Mundo’ con una imagen fabricada con IA con los líderes políticos Pablo Iglesias y Yolanda Díaz.

Partiendo de estas experiencias, a modo de reflexión en voz alta, podríamos preguntarnos desde nuestra posición como ciudadanos cómo nos informamos en un entorno marcado por la IA (si cuidamos nuestra dieta) y, desde el lado de los medios, hasta qué punto son un foco de propagación de la desinformación o, justo al contrario, también pueden ser una herramienta para combatir las fakes desde los desarrollos profesionales del fact-checking.

Volvemos a las dos caras de la IA y a la obligación de insistir en una cuestión básica que no siempre tenemos en cuenta: que no todo lo que circula por los medios es “periodismo”, que no todos los que se hacen llamar “periodistas” lo son y que, junto a los medios de siempre (viejos y nuevos), convivimos a diario con cada vez más actores dispuestos a hacer negocio a costa de la información.

¿No resulta paradójico? Recurrir a la IA para controlar a la IA; desarrollar sistemas de detección de bulos (del verifica de RTVE a la divulgación de Maldita o Newtral) para desenmascarar las mentiras en la esfera pública. Pero justo en esos espacios de contradicciones se mueve la IA generativa ocupando un espacio central sobre esa otra dimensión que ha de marcar el papel de los medios desde una óptica de la ética y la deontología: promover un debate con implicaciones en la legislación y en la acción de los Gobiernos que fije unas reglas del  juego y unas limitaciones sobre los usos.

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