En la Grecia antigua, como en otras civilizaciones, las primeras manifestaciones artísticas se produjeron en contextos religiosos. Probablemente a finales del llamado “periodo geométrico” (900-700 a.C.) quedaron fijados los atributos de las divinidades. De hecho, los hallazgos arqueológicos demuestran que, al iniciarse la época arcaica, las imágenes destinadas al culto ya estaban formalmente individualizadas. La caracterización iconográfica de cada uno de los dioses y diosas se mantiene, sin modificaciones importantes, durante toda la historia de Grecia, tanto si se trata de las estatuillas veneradas en la religión doméstica, como de las imágenes albergadas en los templos. Entre las más famosas estaba el Zeus Olímpico de Fidias (ca. 500-ca.431 a.C.), considerado una de “las siete maravillas de la Antigüedad”, cuya iconografía se conoce a través de Pausanias, quien todavía pudo verlo en el siglo II de nuestra era (Descripción de Grecia, 5.11.1).
El dios está sentado sobre un trono y está hecho de oro y marfil. Sobre su cabeza hay una corona que imita ramas de olivo. En la mano derecha lleva una Nike, también ésta de marfil y oro, que tiene una cinta y una corona en la cabeza. En la mano izquierda del dios hay un cetro adornado con toda clase de metales, y el pájaro que está sobre el cetro es el águila. Las sandalias del dios también son de oro e igualmente su túnica. En su túnica están trabajadas figuras de animales y las flores del lirio.
También se ha perdido la colosal Atenea crisoelefantina creada por Fidias para Partenón (Unidad 3.2). Se conservan, en cambio, fragmentos de las imágenes, también de oro y marfil, de Apolo, su madre Leto y su hermana Ártemis, que estaban en el templo oracular de Delfos (fig. 22). A pesar del valor artístico de muchas estatuas, tanto de los escasos originales como de las numerosas copias romanas, su contribución a los estudios mitológicos es limitada: por lo general, sólo aportan el repertorio de atributos que identificaban a los dioses principales (el tridente de Poseidón, el cetro de Hera, la coraza de Atenea, las sandalias aladas de Hermes, la lira de Apolo, el arco de Ártemis, etc.) y a determinados héroes (la piel del león y la maza, en el caso de Heracles).
Los frontones, metopas y frisos de los templos y otros edificios, públicos o particulares, mostraban las efigies de los dioses, los héroes y otros personajes mitológicos, así como episodios con connotaciones cosmológicas y políticas, como las batallas contra los Gigantes, los Centauros y las Amazonas, y la Guerra de Troya (Unidad 2.1; 4.2; figs. 23-24); los motivos mitológicos estaban también presentes en todo tipo de objetos de uso cotidiano: monedas, empuñaduras de armas, escudos, peines, espejos, joyas, piezas de mobiliario, etc. (figs. 25-26-27-28-29-30-31-32).
En cambio, aparte de las pinturas existentes en las tumbas reales macedonias, de época helenística (fig. 33), nada ha quedado de los cuadros y murales mitológicos expuestos en lugares como el pórtico del ágora de Atenas y el santuario de Delfos, que mencionan Pausanias (Descripción de Grecia, 1.15; 10.25-27) y Plinio (Historia natural, 3. 15 ss.). Los frescos de las viviendas y edificios públicos de Pompeya, Herculano y otros enclaves romanos, así como los numerosos mosaicos de época imperial, pueden considerarse testimonios indirectos de aquellas obras desaparecidas, puesto que sus artífices muchas veces reproducían cuadros de famosos pintores griegos.
En cualquier caso, la fuente pictórica principal de la mitología griega, tanto desde un punto de vista cuantitativo como cualitativo, es la cerámica figurativa cuyo corpus conforma una especie de enciclopedia visual de las historias sobre los dioses y los héroes.