En cuanto a las Sirenas, hijas del dios-río Aqueloo y de una de las Musas (Terpsícore o Calíope), en los testimonios artísticos más antiguos son aves con plumas y alas, y cabeza de mujer, una iconografía que alterna desde época clásica con la de criaturas híbridas, mitad pájaro y mitad mujer (fig. 15). Los mitos las vinculan, de una manera u otra, con el Más allá, ya que se creía que acompañaban a las almas al prado del Hades (Unidad 3.1). De ahí la presencia sobre las tumbas de una Sirena doliente o tañendo la lira (figs. 16-17). Homero (Odisea, 12, 30ss.) las describe apostadas en una pradera, rodeadas por los huesos de las víctimas de su irresistible canto. En efecto, del hechizo de las Sirenas sólo pudieron escapar los Argonautas, gracias a Orfeo, y Ulises con sus compañeros, poniendo en práctica los consejos de Circe (fig. 18) (Unidad 4.1; 4.2).
Ovidio (Metamorfosis, 5, 555 ss.) identifica a las hijas de Aqueloo con las amigas que jugaban con Perséfone cuando Hades la raptó, y Apolonio de Rodas (III a.C), explica su conversión en pájaros como el castigo de Deméter por no haberla avisado de ello (Argonáuticas, 4. 496 ss.).
A partir de la época helenística, los artistas resaltan sus encantos femeninos, como ilustra la versión del episodio de Ulises en una crátera apulia, donde las Sirenas llevan joyas y peinados sofisticados (fig. 19). La identificación de las Sirenas con mujeres y en concreto, con prostitutas, difundida en la Antigüedad tardía por autores cristianos como Eusebio e Isidoro, ya estaba en el mitógrafo Heráclito (Sobre mitos increíbles, 14).
La tendencia a feminizar la anatomía de las Sirenas, las Gorgonas y otros monstruos, y a identificarlas con mujeres no solo refleja la misoginia de una cultura patriarcal que excluía a la mayoría de las mujeres de la educación y a todas, de la participación política, sino también el carácter antropocéntrico del imaginario griego.
De hecho, en los relatos míticos, a diferencia de las fábulas, los animales no desempeñan papeles protagonistas: funcionan como meros “agentes” de los dioses para castigar a los mortales, como ocurre con el ya mencionado jabalí de Calidón, o para probar el valor de los héroes, como las fieras que Heracles captura o aniquila en el curso de sus Trabajos (Unidad 4.2); en otro sentido, las cualidades que se le atribuían a los animales, servían para describir el carácter de los héroes: Homero (Ilíada, 15. 630 ss.), por ejemplo, compara a Héctor, el campeón troyano, con un león.
No hay ningún testimonio en la mitología griega de metamorfosis de un animal en hombre; sin embargo, es frecuente el fenómeno contrario, sea a modo de disfraz protector (Zeus convierte en vaca a su amante Ío para ocultarla de Hera (Unidad 3.1), o bien como un castigo (Atenea transforma a Aracne en araña y Dioniso, en murciélagos y aves nocturnas a las hijas de Minias (Unidad 3.2; 3.3). Zeus es un caso particular, ya que tanto en la tradición literaria como en la figurativa suele adoptar la figura de distintos animales en sus aventuras amorosas (Unidad 3.1).
El antropomorfismo de los dioses trasciende lo puramente anatómico: ciertamente, su régimen alimenticio es especial (comen “ambrosía” y beben “néctar”), pero tienen sexualidad, procrean y experimentan las mismas pasiones que los seres humanos, y sus relaciones se guían, en lo fundamental, por los usos sociales e instituciones vigentes entre los griegos. Sin embargo, estas semejanzas no implican la identificación absoluta entre dioses y hombres, porque, más allá del parecido psicosomático, poseen distintas naturalezas: “dios” e “inmortal” eran términos sinónimos y, a la inversa, también lo eran “humano” y “mortal”. Por otra parte, los dioses presentan todas las cualidades humanas (fuerza, agilidad, belleza, inteligencia, astucia, etc.) en grado superlativo, un hecho que las descripciones literarias enfatizan y que, en algunas escenas rituales, se marca iconográficamente, representando a la divinidad con una estatura mayor que la de los fieles (figs. 20-21).
En tiempos cuidaron de la poderosa hija de Deo, cuando aún era virgen, acompañándola en sus juegos. Pero en este tiempo en su aspecto se asemejaban a pájaros en parte y en parte a doncellas. Siempre acechantes desde la atalaya de un puerto excelente, muchas veces ya en verdad arrebataron a muchos el dulce regreso con mortal consunción.
Cuentan los mitos que éstas tenían naturaleza híbrida, las patas de ave y el resto del cuerpo de mujer, y que destruían a los navegantes. Pero eran cortesanas famosas, tanto por su arte con los instrumentos musicales, cuanto por su dulce voz, y bellísimas, con las cuales los clientes consumían sus riquezas (trad. M. Alganza Roldán).