El sincretismo de los panteones griego y etrusco se vio favorecido por el origen indoeuropeo de ambos pueblos y por el carácter politeísta de sus respectivas religiones. Los dioses soberanos Tinia y Uni, se asimilan a Zeus y Hera; Menrva, que formaba parte de la tríada de dioses principales, a Atenea; Maris, Nethuns y Turms, se identifican con Ares, Poseidón y Hermes, respectivamente; y Tvath, Ethausva y Sethlans con Deméter, Hestia y Hefesto. Otras divinidades fueron adoptadas por los etruscos, sin más, con sus nombres y atributos: Aita (Hades), Phersiphai (Perséfone), Aritimi (Ártemis, la Diana latina) y Apulo (Apolo). Las creencias etruscas sobre el Más allá también se funden con las griegas, y genios o demonios infernales como Vanth y Charum se asimilan iconográficamente a las vengativas Erinias (las Furias) y a Caronte (figs. 58-59).
Entre los siglos IV y III a.C., la arqueología testimonia la implantación en Etruria del culto a los héroes que, según los mitos, habían viajado por Occidente, como Ulises (Odiseo), Diomedes, Eneas y Hercle, es decir, Heracles (fig. 60). Otra prueba de la penetración de los ciclos legendarios son las representaciones etruscas de monstruos, por ejemplo, la Gorgona que decora el carro de Monteleone (fig. 61) y la Quimera de Arezzo (fig. 62).