Calímaco (Himno 3. A Ártemis, 6) cuenta que la diosa, cuando era aún una niña, sentada en las rodillas de su padre, le pidió: “guardar eterna doncellez”. Y, en verdad, Zeus se lo concedió: Ártemis es la virgen cazadora inviolada e inviolable, a quien tampoco “somete jamás al yugo del amor la risueña Afrodita” (Himno homérico V. 16 s.). Según un mito, los gigantes Alóadas, hijos de Poseidón, intentaron forzarla, pero ella los burló convirtiéndose en una cierva; y cuando intentaron abatirla, desapareció y se acribillaron mutuamente.
Más famoso es el castigo del tebano Acteón, nieto de Cadmo, quien fue devorado por sus propios perros en el monte Citerón: según unos, se vanaglorió de que era mejor cazador que Ártemis; según otros, intentó violarla; pero, de acuerdo con la opinión mayoritaria, su falta consistió en mirar el cuerpo desnudo de la diosa cuando se bañaba en un manantial en compañía de sus ninfas. En la versión de Ovidio (Metamorfosis, 3, 138 ss.), Acteón sorprende a la diosa por casualidad, pese a lo cual sufre un castigo cruel: es convertido en un ciervo, que la jauría persigue, acosa y despedaza. El episodio aparece tempranamente en el arte griego, si bien hasta bien entrado el siglo V a.C. no se plasmó la metamorfosis (fig. 76). El relato de Ovidio inspiró los numerosos tratamientos en la pintura renacentista y barroca tanto del momento en que Acteón contempla a la diosa desnuda (fig. 77), como de su transformación y muerte (fig. 78).
Ártemis también patrocinaba la virginidad de sus ninfas montaraces. Así, cuando el cazador Orión intentó violar a una de ellas, la diosa envió un escorpión que le picó en el talón y le causó la muerte: ambos, el animal y Orión, fueron transformados en constelaciones (fig. 79). Otra de sus compañeras, Calisto, perdió su virginidad con Zeus, quien para seducirla había tomado la figura de Ártemis. Cuando su embarazo resultó evidente, la diosa la transformó en una osa (figs. 80-81). Al pasar los años, Calisto estuvo a punto de ser cazada por su propio hijo, Árcade, pero Zeus la salvó y la convirtió en una constelación, la Osa Mayor (Unidad 3.1). Por otra parte, la tutela de Ártemis sobre la virginidad de los jóvenes, podría explicar la variante del mito de Adonis según la cual ella envió el jabalí asesino, por tener relaciones sexuales siendo aún un adolescente.
Según Calímaco (Himno 3, 20 ss.), la propia Ártemis anunció a Zeus su determinación de vivir en los montes, lejos de las ciudades y los campos cultivados: “y me confundiré en las poblaciones de los hombres tan sólo cuando invoquen las mujeres, agobiadas por agudos dolores de parto, a su valedora”. De esta manera, Ilitía, la antigua divinidad de los nacimientos, cedió sus atribuciones a la Ártemis-Ilitía, a quien las mujeres invocaban en el parto. La relación con la fecundidad femenina, el ciclo menstrual y los alumbramientos, facilitó la identificación funcional e iconográfica de Ártemis con la luna, hasta el punto de sustituir a la divinidad preolímpica que la encarnaba, Selene, hija del titán Hiperión (Unidad 2.1; fig. 82). Ello explica la atribución a la virgen cazadora de un romance con Endimión, que, en realidad, era un amor casto y básicamente contemplativo ya que este bello pastor dormía un sueño eterno (fig. 83).
Ártemis también es asimilada a Hécate, la diosa de triple forma, guardiana de las encrucijadas y relacionada con la noche, la magia y la muerte, que desempeña un papel secundario en los mitos y el culto de Eleusis (fig. 84). En efecto, ambas poseen algunas características y esferas de actividad comunes, como ponen de manifiesto algunos de los epítetos de Hécate en el Himno órfico I, en su honor: “amante de la soledad, que disfruta de los ciervos”, “noctámbula”, “protectora de los perros”, “soberana que devora animales salvajes”, “nutridora de jóvenes” y “montaraz”.
Los sincretismos de Ártemis están presentes en el Himno a Diana, su homóloga romana, compuesto por Catulo (34.1-6).
Cantemos a Diana, castos muchachos y doncellas. Oh, hija de Latona, excelsa progenie del supremo Júpiter, tú a quien tu madre dio luz junto al olivo de Delos, para que fueras señora de los montes, de los bosques verdeantes, de los escondidos sotos y de los rumorosos ríos. Eres llamada Juno Lucina por las parturientas, y Trivia poderosa, y por tu luz prestada, se te llama Luna.