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5.1. La “Señora de las fieras”

 

Ártemis, una de figuras más complejas de la religión y la mitología griegas, se considera producto de la helenización de una antigua diosa de la fecundidad, emparentada con la frigia Cibeles y la Anahita persa, pero también presente en el imaginario micénico. De hecho, aunque recibía culto en todas las regiones de Grecia, su templo principal, considerado una de las maravillas de la Antigüedad, estaba en Éfeso, donde se veneraba una imagen hierática de la diosa, coronada con pólos y ostentando numerosas mamas y figuras teriomorfas pegadas en el cuerpo (fig. 69).

Con esta deidad primitiva se corresponden las representaciones arcaicas de Ártemis como “Señora de los animales” (Pótnia therôn), con alas y rodeada de criaturas salvajes - pájaros, peces, liebres, lobos y leones (figs. 70-71)-, iconografía que, a veces, la asemeja a la Gorgona (Unidad 1.2). En el arte clásico es una joven vestida con una túnica (péplos) hasta los pies y el cabello recogido (fig. 72); luego, la túnica se acortó, fijándose el tipo plasmado en la llamada “Diana de Versalles” (fig. 73). En todos los casos, porta el arco, las flechas y la aljaba (o carcaj), sus atributos más característicos y compartidos con Apolo, y suele ir acompañada de una corza o un ciervo, sus animales emblemáticos (fig. 74); en determinados contextos narrativos, aparecen otras presas de los montes mediterráneos, como el oso y el jabalí.

La diosa no solo cazaba a las fieras, asaetándolas y rematándolas con el venablo, sino que también protegía a sus cachorros y, por extensión, a los niños y niñas, cuya salvaguarda se le encomendaba (fig. 75). Esta tutela se prolongaba durante toda la “etapa salvaje” de la vida, es decir, desde el nacimiento hasta la adolescencia, de ahí el importante papel de la diosa en los rituales de paso a la edad adulta.

En Esparta se celebraban en el santuario Ártemis Ortia, donde se guardaba una antigua imagen de madera (xóanon) de la “Señora de los animales”, que según la leyenda, habían traído Orestes e Ifigenia desde el santuario de Ártemis Taurópolos, en la actual Crimea (Unidad 4.3). Durante la ceremonía los jóvenes espartanos eran flagelados hasta sangrar, porque, según un oráculo, el altar tenía que estar lleno de sangre humana. Pausanias explica que, en un principio, se sacrificaban víctimas humanas, elegidas por sorteo, hasta que el legislador Licurgo “lo cambió por el azote a los efebos, y por eso está lleno el altar con sangre humana” (Descripción de Grecia, 3.16,7-11). Eurípides (Ifigenia entre los tauros, 1448 ss.) relaciona esta estatua con la fundación del culto a Ártemis Taurópolos en Braurón, en la costa oriental del Ática, cuya primera sacerdotisa sería Ifigenia. En el santuario estaba la tumba de esta heroína, a quien se consagraban las ropas de las mujeres que morían al dar a luz, y en él prestaban servicio como “oseznas” las niñas atenienses antes de casarse. Esta tradición se justificaba como un rito expiatorio por la muerte de una osa consagrada a Ártemis que hirió a una muchacha y a la que los hermanos de ésta cazaron.

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