El neoplatonismo se puede considerar como la última tentativa filosófica para salvar a los dioses griegos convirtiéndolos en símbolos de los misterios del Universo, de la Realidad transcendente y verdadera. En esta hipótesis basan sus interpretaciones Las cuestiones homéricas y La gruta de las ninfas de Porfirio (232-304) y el tratado Sobre los dioses y el mundo de Salustio. Este último explica, por ejemplo, por qué Crono (Saturno) devora a sus hijos, diciendo (4.2): “Puesto que el dios es intelectual y todo intelecto retorna sobre sí mismo, el mito alude enigmáticamente a la esencia del dios” (trad. M. Alganza Roldán).
Salustio fue consejero y amigo de Juliano el Apóstata, el emperador que en el 360 restableció oficialmente el politeísmo grecorromano y prohibió la enseñanza del cristianismo en las escuelas. Aunque la política de Juliano estaba condenada al fracaso, los viejos dioses no murieron del todo. En efecto, en la Antigüedad tardía los predicadores cristianos tuvieron que rebatir las teorías sobre los dioses de los neoplatónicos, mientras en las zonas rurales combatían el arraigo de los cultos paganos. Para ello utilizaron el evemerismo, que había reducido las deidades del Panteón grecolatino a simples seres humanos divinizados merced a las fabulaciones literarias.
Así, en el siglo IV Eusebio de Cesarea (Crónica) y Servio (Comentarios a Virgilio), en el siguiente Fulgencio (Mitologías) y Boecio (Consolación de la Filosofía) y, en el VII Isidoro de Sevilla (Etimologías) se valieron de interpretaciones físicas o evemeristas para incorporar en la historia de la Creación a los dioses paganos, emparejándolos con figuras del Antiguo Testamento. De esta manera se propició la supervivencia de la mitología grecorromana en el imaginario literario y artístico de la Cristiandad medieval.
En el arte cristiano primitivo el águila, emblema de Zeus-Júpiter, se convierte en símbolo de San Juan Evangelista y de la Ascensión de Cristo, a quien, por otra parte, se le suele representar pulsando la lira y rodeado de animales, a imagen y semejanza del mítico Orfeo (figs. 3-4); la iconografía del Buen Pastor hereda la de Hermes-Mercurio “moscóforo” (“portando el carnero”), y San Cristóbal cargando al Niño Jesús (figs. 5-6) se parece a Hermes con otro dios-niño, Dioniso (figs. 7-8); así mismo, la escena de San Jorge de Capadocia matando al dragón y salvando a la princesa (fig. 9) evoca episodios similares protagonizados por Perseo y Heracles (Unidad 4.1; 4.2).