La palabra mýthos en Homero está ligada a la elocuencia, una cualidad que se nutre de dos facultades: el don de la oportunidad, para decir lo justo en el momento preciso, cuyo prototipo en los poemas homéricos es Odiseo-Ulises, y la capacidad para evocar solemnemente un rico repertorio de historias memorables, como hace el anciano Néstor (Ilíada, 9. 442 s.).
Respecto al medio ambiente originario de la mitología griega no cabe pensar en una sociedad de tipo “primitivo”, sino, más bien, en comunidades campesinas, con una vida marcada por el ritmo de las estaciones y los trabajos agrícolas (Gernet, 1960: 21 ss.). En tal contexto, narradores anónimos – primeramente, los ancianos u otros miembros de la comunidad y luego, profesionales– repetían de memoria historias populares. En estas historias se fueron introduciendo innovaciones, unas veces involuntarias, por fallos mnemotécnicos o por confusión con narraciones semejantes de un repertorio conocido, y otras veces, intencionadas, con la finalidad de actualizar personajes y episodios que se habían quedado anticuados o resultaban poco atractivos.
En consecuencia, cualquier mito griego comprende la suma de sus versiones, ya que no existía un relato ortodoxo, sino diversas elaboraciones alrededor de un núcleo argumental común. Esta característica se explica, en primera instancia, porque la mitología griega es fruto de una civilización no sujeta al centralismo político ni al dogmatismo religioso y, por lo tanto, favorable a aceptar innovaciones en argumentos conocidos (Unidad 1.2).
La transmisión y recreación de los mitos se realizaban ante un público más o menos numeroso, en contextos comunicativos de diversión y ocio placentero, y en el seno de una estructura social que apreciaba su mensaje. En efecto, estos relatos tenían una función eminentemente pragmática: transmitían valores y códigos de conducta, atesoraban las señas de identidad religiosas y cívico-patrióticas, planteaban problemas y ofrecían enseñanzas. De esta manera, la tradición mitológica propiciaba la cohesión socio-cultural y preservaba conocimientos dignos de ser recordados.
Los mitos griegos tratan desde asuntos de alcance cosmológico y político, a otros cotidianos y prácticos: los orígenes del mundo, los dioses y los hombres, los concernientes a cada etnia y ciudad, los roles adjudicados a los varones y a las mujeres, las características y vicisitudes de las sucesivas etapas de la vida humana, las coordenadas espacio-temporales del mundo de los vivos y la localización del reino de los muertos, las exploraciones de rutas marítimas y terrestres, la clasificación de plantas, animales y alimentos, la invención de técnicas y oficios, el ciclo de los trabajos agrícolas, el papel de la caza y de la guerra, etc., etc.
Durante la prehistoria griega este caudal de información memorable fue confiado a los poetas (poietaí, es decir, “creadores”) y a los “cantores” (aeídoi), profesiones ambas cuyas patronas eran las Musas, hijas de Zeus y Mnemosine (la Memoria divinizada). A ellas solicita inspiración Homero (VIII a.C.) para rememorar las hazañas de los héroes.
El otro gran poeta del periodo arcaico, Hesíodo (VII a.C.), también saluda a estas diosas al inicio de su relato sobre los orígenes del Universo y de los dioses: “Comencemos nuestro canto por las Musas Heliconíadas, que habitan la montaña grande y divina del Helicón” (Teogonía, 1-4).
En la Grecia fragmentada en pequeñas ciudades-estado Homero y Hesíodo simbolizaban los valores del panhelenismo y la afirmación de su identidad. Las ciudades se apoyaban en la tradición mítica para calcular el tiempo transcurrido desde sus orígenes, según la sucesión de generaciones de las distintas estirpes heroicas y los grandes ciclos panhelénicos, como la expedición de los Argonautas, la caza de Calidón y las peripecias de Heracles-Hércules, hasta llegar a la Guerra de Troya (Unidad 4).
Para los griegos los relatos sobre esta contienda, caso de la Ilíada, y sobre el regreso de los héroes aqueos a sus patrias - el más famoso de los cuales es la Odisea- si bien no eran “historia”, tampoco eran ajenos a la historicidad. De hecho, la guerra de Troya, es asumida como un acontecimiento verídico por todos los historiadores griegos, incluidos intelectuales escépticos y racionalistas como Tucídides, quien, no obstante, considera que Homero exageró su importancia (1.9-11). Por otra parte, en la epopeya se encuentra una idea que servirá de armazón a la obra histórica de Heródoto: la existencia de una comunidad helénica que se enfrenta a un pueblo asiático, comunidad que no tiene un nombre común, pero que se identifica como una estirpe diferente de quienes no hablan griego ni tienen los mismos dioses, es decir, de los bárbaros.
La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles, maldita, que causó a los aqueos incontables dolores, precipitó al Hades muchas valientes vidas de héroes y a ellos mismos los hizo presa para los perros y para todas las aves” (Ilíada, 1.1-4); “Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos, que anduvo errante muy mucho después de Troya asolar” (Odisea, 1.1-2).