Tampoco en el ámbito de la filosofía la ruptura fue tajante: en realidad, los filósofos llamados “físicos” o “presocráticos” elaboran en un plano abstracto nociones ya presentes en los relatos mítico-religiosos (Unidad 2.1). Algunos, caso de Jenófanes (ca. 580-470 a.C.), desaprueban la imagen de la divinidad que daban los poetas: “Homero y Hesíodo han atribuido a los dioses todo cuanto es vergüenza e injuria entre los hombres: robar, cometer adulterio y engañarse unos a otros”. Más conciliador se mostró su coetáneo Teágenes de Regio interpretando a los dioses como símbolos de fenómenos naturales y pasiones humanas.
El paradigma de la depreciación de los relatos y la sabiduría tradicionales es Platón (ca. 427-347 a.C.), quien llegó a expulsar a los poetas de su ciudad ideal y fue el primero en utilizar la palabra “mitología” (mythología). Según Platón, se trata de una actividad perteneciente a la creación poética y cuyo material son los relatos referidos a los dioses, seres divinos, héroes y difuntos. Con todo, el mismo Platón, que frecuentemente ataca a los relatos míticos, les reserva un lugar excepcional en su filosofía como modo de expresar lo inefable. De hecho, puede ser considerado no solo el primer “mitólogo”, sino también un “inventor de mitos”, dado que ofrece sus propias versiones sobre el origen del Universo, del hombre, del alma y del Más allá (Unidad 2.1; 2.2).
En efecto, según el filósofo ateniense, cuando el sabio no puede encontrar explicaciones razonadas, debe conformarse con relatos más o menos verosímiles, es decir, con mitos convenientemente depurados e interpretados. Por ello, en las Leyes recupera la función pedagógica de los mitos y confía a los ancianos la tarea de conducir a los niños hacia la virtud sirviéndose de canciones, mitos, fábulas y debates. En la filosofía de Platón el discurso mítico queda relegado a una forma, y no la mejor, de tratar determinados temas, por no adecuarse a los criterios de verosimilitud, coherencia y no contradicción. Desde su perspectiva, por lo tanto, había que controlar y administrar sabiamente la tradición, insertando el mito en el seno de la razón filosófica. Y así, concluye Jean-Pierre Vernant (1982: 187), “el mito sería entonces como un esbozo del discurso racional: a través de sus fábulas se percibiría el primer balbuceo del lógos”.
Sin embargo, más allá de intelectuales como Tucídides o Platón, los mitos siguieron vivos no sólo en los ámbitos más tradicionales de la familia y la religión, sino también en el conjunto de la vida social. Durante toda la época clásica y aún después, se seguirá haciendo “mitología”, no solo en los foros cívicos, sino también en las escuelas: los niños aprendían a leer y a escribir con los textos de los poetas, en particular de Homero, y los relatos mitológicos se utilizaban como modelos para los ejercicios de retórica (fig. 1). En efecto, Homero será a lo largo de toda la historia de Grecia el Poeta y el Pedagogo por excelencia y sus poemas, fijados por escrito en el siglo VI a.C., el libro que contenía la historia e ideales de esta cultura. Así lo testimonia, a principios de nuestra era, uno de sus comentaristas, Heráclito el rétor (Alegorías de Homero, 1.5-7).
Ya desde su más temprana edad, los niños que hacen sus primeros estudios son alimentados con las enseñanzas de Homero, y amamantados con sus palabras, como si absorbiéramos la leche de sus versos. En los albores de nuestra vida, y también en los años en que nos vamos haciendo hombres, Homero nos acompaña; en la edad madura está presente con todo su vigor, y nunca hasta la vejez nos produce el menos hastío; antes al contrario. apenas hemos abandonado su lectura, sentimos de nuevo sed de él. Casi puede afirmarse que el trato con Homero no termina hasta que la vida toca a su fin.