Las decisiones que los emprendedores deben tomar en la gestión de su empresa pueden clasificarse en dos grandes grupos: estratégicas y operativas. Las decisiones operativas son tomadas en el transcurso de las actividades diarias de la empresa, tales como gestión de pedidos, gestión de almacenes e inventario o resolución de incidencias con clientes. Tienen, por tanto, un alcance temporal a corto plazo.
En cambio, las decisiones estratégicas tienen alcance a largo plazo, pudiendo tener influencia durante años e incluso décadas y afectar de forma crítica a la supervivencia del proyecto empresarial (Eisenhardt y Zbaracki, 1992). Así, determinan la dirección del negocio en general y para el futuro, marcando el camino para las decisiones operativas en todas las áreas funcionales de la empresa. Acudiendo a otra fuente clásica, Mintzberg et al. (1976) las definen como decisiones muy relevantes para la empresa en términos de acciones requeridas para su ejecución, cantidad de recursos que se comprometen y alcance temporal. Por todo ello, podemos concluir que las decisiones estratégicas son complejas, implican un alto grado de incertidumbre, tienen repercusión y efectos en el largo plazo y son difícilmente reversibles en el corto plazo.
Por su repercusión a largo plazo, las decisiones estratégicas son por definición estructurales, y por la cantidad de recursos que comprometen a largo plazo constituyen decisiones de inversión. En este apartado se abordan algunas de las decisiones estructurales de inversión más relevantes a las que un emprendedor o emprendedora debe enfrentarse cuando diseña la ejecución y puesta en marcha de su proyecto empresarial: capacidad, localización e integración vertical. Cabe hacer notar que el apartado dedicado a la decisión de capacidad es el más extenso, por sus derivaciones e interrelaciones con las decisiones de capacidad e integración vertical, así como por sus implicaciones estratégicas y transversales en otras áreas de la empresa, como veremos a continuación.