La creación de Pandora y la dispersión de los males por el mundo no pusieron fin a los planes de Zeus contra las perversiones de la Humanidad: bien para castigar a la estirpe de bronce (Apolodoro, Biblioteca, 1.7,2), bien para destruir a los hombres en tiempos de Licaón (Ovidio, Metamorfosis, 1.253 ss.), Zeus envió un diluvio (kataklysmós) que inundó la tierra. Entonces Prometeo aconsejó a su hijo Deucalión –casado con Pirra, hija de Epimeteo (cuadro genealógico nº 5)– que, para sobrevivir al cataclismo, fabricara un lárnax. Este término, referido también a un arcón del ajuar femenino en el que son encerradas las heroínas (p. ej. Dánae con Perseo, vid. Unidad 4.1), equivaldría aquí a la célebre “arca” del mito judeocristiano de Noé, una especie de barco. Cuando las aguas se retiraron, la mayor parte de la tierra estaba despoblada y Zeus (o Temis) permitió que Deucalión y Pirra la repoblaran de forma mágica arrojando piedras: de las lanzadas por Deucalión surgirían varones, mujeres de las arrojadas por Pirra, como bien detalla Ovidio, fuente de numerosas representaciones artísticas (fig. 32-33-34): Ovidio, Metamorfosis, 1.400-415:
Las piedras (¿quién creería esto, si no estuviera de testigo la antigüedad?) empezaron a despojarse de su dureza y rigidez y a ablandarse con el paso del tiempo y, una vez ablandadas, a tomar forma. Después, cuando crecieron y les correspondió una naturaleza más suave, pudo verse una cierta figura de hombre, aunque no clara, sino como empezada en mármol, no suficientemente completa y muy parecida a las toscas estatuas. Sin embargo, la parte de ellas que fue húmeda a consecuencia de algún líquido y de tierra, se convirtió en cuerpo; lo que es sólido y no puede doblarse, se transforma en huesos; lo que hasta hace poco fue vena, permaneció bajo el mismo nombre; y en poco tiempo, por voluntad de los dioses, las rocas enviadas por las manos del hombre tuvieron aspecto de hombres, y la mujer tomó forma de nuevo gracias al lanzamiento de la mujer. Por ello somos un linaje duro y que soporta las fatigas y demostramos de qué origen hemos nacido.
Además de esta generación litógena (= nacida de piedras), Deucalión y Pirra tuvieron una descendencia propia (cuadro genealógico nº 5): sus hijos fueron Anfictión, Protogenia y Helén, de quien el gentilicio heleno y el propio nombre de la Hélade. Helén, según algunas fuentes hijo de Zeus, tuvo con la ninfa Orseide tres hijos: Éolo, Doro y Juto. Éolo –no debe confundirse con el “señor de los vientos” que aparece en la Odisea (Unidad 4.3)– es el héroe epónimo de los eolios, Doro lo sería de los dorios, primero asentados en las inmediaciones del monte Parnaso y luego ocupando todo el Peloponeso, y, finalmente, Juto, que desposó a Creúsa, la hija de Erecteo (cuadro genealógico nº 8), y tuvo a Aqueo y a Ión. Aqueo dio nombre a los aqueos, en el centro del Peloponeso, e Ión a los jonios. Eurípides, sin embargo, desarrolla en la tragedia Ión una versión diferente, pero típica: hijo de Apolo y Creúsa, Ión es expuesto al nacer y acogido como acólito del dios en Delfos, donde acabará por reencontrarse con su madre y adoptado por Juto. Sea como sea, a través de los mitos, quedan establecidos, también, los orígenes de las principales etnias de época histórica.