Partiendo de la base de que la gamificación logra implementar conceptos relacionados con el juego bajo un concepto que no es el juego; se podría afirmar, por tanto, que el objetivo primordial será lograr una mejora en el aprendizaje a través del empleo de actividades relacionadas con el juego. La finalidad será conseguir que la enseñanza sea más atractiva manteniendo los mismos objetivos que en el juego, ofreciendo un aumento de la motivación, el compromiso e interés, gracias a su versatilidad. Estos objetivos ofrecerán al estudiante la sensación de logro y progresión (Seering, 2017), es por ello que deben ser cuantificables, de forma que se pueda medir el progreso y, en consecuencia, el aprendizaje que se ha alcanzado.
Para poder establecer objetivos equilibrados, Schell (2019) detalla una serie de atributos a tener en cuenta:
- Objetivos concretos. Esto le facilitará al alumnado la comprensión de este y su finalidad.
- Objetivos desafiantes. Los objetivos deben suponer un desafío alcanzable.
- Objetivos motivadores. Estos deben diseñarse de forma que el jugador sienta la necesidad de lograrlos y que disfrute en el proceso.
- Objetivos temporales. Deben existir objetivos a corto y largo plazo.
Siguiendo los estudios de Aparicio et al. (2016), en un proceso gamificado se deben identificar el objetivo principal y posteriormente los subyacentes, tal y como se ha detallado anteriormente. Estos deben estar en concordancia con las dinámicas y mecánicas del juego, de forma que se logren satisfacer las necesidades individuales y preferencias de los estudiantes y, con ello, la personalización del aprendizaje, así como el mantenimiento de la motivación y un correcto feedback.
Se diría que los objetivos son una parte fundamental dentro de una estrategia gamificada, ya que definen lo que se espera que los jugadores hagan y cómo deben interactuar con el juego. Es importante que los objetivos sean claros y comprensibles para que los alumnos comprendan qué deben hacer para avanzar en su aprendizaje y alcanzar el éxito.
Las dinámicas y mecánicas propias de los juegos, anteriormente mencionadas, se refieren a cómo funciona el proceso y cómo los estudiantes interactúan en él. En el caso de las dinámicas, estas son entendidas como patrones de comportamiento que emergen de la interacción entre los usuarios y el juego; es decir, el conjunto de técnicas que se utilizan para diseñar un juego educativo, mientras que las mecánicas son las reglas y sistemas que rigen el juego.
Es importante considerar la relación entre los objetivos y las dinámicas y mecánicas para asegurarse de que estén alineados y coherentes entre sí. Si los objetivos no se corresponden con estas, el alumnado puede sentirse frustrado o confundido y no lograr el éxito de nuestra propuesta formativa.
Además, es importante que las dinámicas y mecánicas sean atractivas y emocionantes para que motiven a seguir jugando, es decir, se sienta la necesidad de seguir participando de forma voluntaria. Esto implica diseñar la propuesta de manera que sea desafiante, pero no frustrante y que ofrezca una sensación de progreso y logro a medida que se avanza en su aprendizaje.
Por último, es importante que sean coherentes con el contexto objetivo del juego. Esto significa, entender las expectativas y preferencias del alumnado y diseñar la propuesta en consecuencia, para asegurarse de que sea atractiva y relevante para estos.