Sí, vivimos en una sociedad en la que el uso de dispositivos móviles es prácticamente inevitable, sobre todo entre los jóvenes. La tecnología forma parte de nuestro día a día y cumple muchas funciones positivas: permite aprender, comunicarse, crear contenido, investigar o acceder a recursos educativos. Por eso, prohibir su uso no es una solución realista ni educativa. Sin embargo, el uso sin guía ni acompañamiento sí implica riesgos: exposición a contenidos inapropiados, ciberacoso, suplantación de identidad, adicciones digitales o vulneración de la privacidad.
Por esto, los colegios no deben limitarse a permitir o controlar el uso de los dispositivos, sino que deben educar para un uso responsable y crítico. Cuando el alumnado aprende a proteger su información, a reconocer situaciones de riesgo y a aplicar hábitos saludables, está desarrollando competencias digitales esenciales para desenvolverse en el mundo actual. Así, los dispositivos dejan de ser una distracción o una amenaza y se convierten en herramientas que potencian el aprendizaje, la creatividad y la autonomía.
