Las administraciones públicas son muy dadas, a veces, a informar sin buscar realmente al destinatario común. Utilizar canales como el BOE o el Boletín Oficial de la región o provincia, por poner ejemplos conocidos, de difícil acceso para los ciudadanos corrientes, acarrea a veces que un particular se haya enterado de la subasta o expropiación de su vivienda cuando ésta ya se había hecho efectiva.
“Tenemos una débil comunicación científica y una mínima cultura de rendición de cuentas, de explicación inteligible de los beneficios que produce la investigación en una sociedad en la que el reconocimiento de la ciencia es casi nulo. Basta con comparar la popularidad de deportistas, artistas e incluso de los políticos con la escasa presencia de científicos en la vida pública. Francia admira a sus escritores, Alemania e Inglaterra están orgullosos de sus científicos, y aquí sacamos a hombros a los toreros”, afirma Luis Ferrer, ex rector de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Podemos decir que existen dos grupos de razones para comunicar: razones interesadas (egoístas), que tendrían su raíz en la conveniencia o necesidad (sea ésta declarada o no) de los centros, científicos y tecnólogos de explicar su actividad para buscar el apoyo de los ciudadanos; y razones sociales que, surgidas de la propia sociedad, corresponden a una demanda de los ciudadanos, aunque se trate de una demanda no aflorada como tal.
Aunque afortunadamente los tiempos estén cambiando, ahorraríamos camino si nos llegásemos a convencer de que los centros de investigación científica y/o tecnológica también necesitan crear una honesta y positiva imagen corporativa en la población, porque tal vez sus competidores ya la estén creando. Pero no seamos hipócritas: el mundo de la investigación no es precisamente un campo de lirios; a su manera, sabe muy bien lo que es competir. Unas ramas de la ciencia compiten con otras por ser prioritarias; los centros de una misma rama compiten entre sí y comparan el número y la calidad de sus publicaciones; grupos y proyectos licitan y son evaluados a la hora de obtener fondos o financiación para sus proyectos. Los investigadores deben competir ferozmente por conseguir una plaza fija o para lograr un premio de prestigio, hasta el extremo de que el sistema de evaluación ha sido uno de los caballos de batalla. En resumen, si el mundo de la investigación ya es tan competitivo de por sí, su explicación al gran público también lo es, no sólo por el volumen de información científica que llega a diario a las redacciones de los medios de comunicación, sino además por el entorno de la enormidad de mensajes publicitarios que saturan nuestras mentes y llenan el panorama de la comunicación.
El interrogante, la curiosidad, el deseo y la necesidad de obtener respuestas son el gran motor de la ciencia que arranca de la hipótesis de que todo lo que existe es pensable. A pesar de la enorme progresión científica, ignoramos mucho más de lo que sabemos. “Imagine un Universo en el cual los científicos hubieran respondido a todas las preguntas. Entonces no habría ciencia, porque la ciencia necesita preguntas sin responder. (...) La cuestión es que siempre surgen nuevas preguntas. La ciencia es como una gran fábrica de preguntas”. (Gómez, 2003).
