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1. El ciclo de transmisión del virus

 

La transmisión y amplificación de los patógenos transmitidos por vectores es un proceso complicado que incluye la participación de distintos actores y es especialmente complicada para aquellos patógenos que dependen de un hospedador vertebrado no humano para transmitirse.

 En el caso del virus West Nile el ciclo de transmisión implica la transmisión entre mosquitos y aves (Figura 1). Aunque el virus se ha detectado en más de 60 especies de mosquitos, la transmisión del virus normalmente implica alguna especie del género Culex [2] (Vogels et al. 2017). Del mismo modo, las aves constituyen el hospedador vertebrado de este virus, aunque el virus no es capaz de replicar con la misma eficacia en todas las aves (Pérez-Ramírez et al. 2014). Por ejemplo, tenemos especies de aves en que el virus no es capaz de replicarse con eficacia ni suele producir síntomas de enfermedad (p.e. la gallina Gallus gallus) [3], mientras que en otras especies el virus es capaz de replicar con elevada eficacia y alcanzar elevadas concentraciones en su sangre (p.e. el mirlo americano Turdus migratorius) [4] (Komar et al. 2003, Pérez-Ramírez et al. 2014). Mientras que algunas especies no sufren apenas síntomas de la infección (p.e. la tórtola turca Streptopelia decaocto) [5], otras pueden sufrir importantes mortalidades (p.e. muchos córvidos, y algunas gaviotas y perdices) (Pérez-Ramírez et al. 2014). Por lo tanto, la amplificación del virus West Nile vendrá determinada, entre otros factores, por las especies de mosquitos (y su abundancia) y las especies de aves y otros vertebrados (y su abundancia relativa) (Kilpatrick et al. 2006, Muñoz et al. 2012).

Figura 1. Ciclo de transmisión del virus West Nile.

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Fuente: Elaboración propia del autor.

Las especies de mosquitos no solo difieren en la capacidad del virus para multiplicarse en ellos, también conocida como competencia vectorial, si no que presentan importantes diferencias en sus preferencias alimentarias. Los mosquitos suelen presentar claras preferencias para alimentarse de ciertas especies e incluso de ciertos individuos. Todos conocemos personas que consideran que los mosquitos les pican más a ellos que a los demás. Parte de estas diferencias son en realidad la diferente reacción alérgica que tenemos frente a la picadura. Pero existe también evidencia científica de que los mosquitos prefieren alimentarse de algunos grupos sanguíneos, de mujeres embarazadas, de niños afectados por el protozoo de la malaria, o de personas que han consumido cerveza (revisado en Yan et al. 2021). La temperatura, el dióxido de carbono de nuestra respiración y distintas sustancias presentes en la superficie de nuestra piel y/o nuestro aliento son las causas de esa distinta atracción de los mosquitos (Yan et al. 2021).

Como se señalaba al inicio de este curso, los mosquitos presentan también claras diferencias por alimentarse de distintos animales. Algunas especies prefieren alimentarse de mamíferos, son las especies mamofílicas y en España Aedes albopictus [6], Culex theileri [7], Ochlerotatus caspius [8] o Anopheles atroparvus [9] son algunas de las especies más abundantes que presentan este comportamiento (Muñoz et al. 2012, Cebrián-Camisón et al. 2020). Otras especies prefieren alimentarse de aves, por ejemplo, Culex perexiguus [10] o Culex modestus [11] (Muñoz et al. 2012). Encontramos otras especies con claras preferencias por otras clases de vertebrados, como Culex hortensis que se alimenta de reptiles (Roiz et al. 2012) o Uranotaenia unguiculata que prefiere alimentarse de anfibios (Camp et al. 2018). Todas estas preferencias van a condicionar de manera muy importante que patógenos van a entrar en contacto con cada especie de mosquito y, por lo tanto, que patógenos pueden ser transmitido por cada una de estas especies. También encontramos otras especies de mosquitos que presentan un comportamiento alimentario más oportunista, incluyendo tanto aves como mamíferos de manera importante en su alimentación. Este es el caso de Culex pipiens, que se alimenta principalmente de la sangre de las aves, pero con importantes variaciones entre poblaciones, aunque suele también alimentarse de manera frecuente de la sangre de humanos (Gómez-Díaz & Figuerola 2010). Y es debido a esa alimentación que incluye muchas aves pero también al ser humano, que puede actuar como vector puente y favorecer la aparición de casos de West Nile en humanos.

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