Un claro indicio de cómo la mitología griega fue abandonando paulatinamente el terreno de la oralidad, es la aparición de la “mitografía”, es decir, de escritos en prosa cuyo objetivo era recopilar mitos o bien escribir sobre ellos e interpretarlos. Este fenómeno experimentó un salto cualitativo a partir del período helenístico (323-31 a.C.), cuando, tras las conquistas de Alejandro Magno, la civilización griega se extendió por el antiguo Imperio persa y por Egipto. Más tarde, la mitología helénica fue adoptada como propia por los romanos y, en consecuencia, fuera de su contexto originario, los mitos tuvieron que adaptar sus temas y modos de transmisión a otros contextos y a nuevas funciones. Coincidiendo con este proceso, los grandes autores del pasado se convirtieron en modelos literarios, en “clásicos” en un sentido cercano al moderno, y, por lo tanto, en objeto de estudio tanto en las altas instituciones culturales – las Bibliotecas de Alejandría y Pérgamo-, como en las escuelas elementales, donde la lectura y el comentario de los poetas se auxiliaba de compendios y manuales mitológicos, algunos de ellos con ilustraciones (fig. 2).
Para la configuración de la mitografía es determinante la labor de los eruditos alejandrinos, pero sus antecedentes se encuentran en las primeras manifestaciones de la prosa histórica (VI-V a.C.): las Genealogías de Hecateo, Ferécides y Helánico, y las historias particulares de las ciudades, que arrancaban de las tradiciones legendarias. Aunque en la antigua Grecia no existe el equivalente a la Biblia o el Corán, sí hubo una literatura en prosa que informaba sobre los cultos y las tradiciones sagradas. En época clásica, las normas religiosas procedían de leyes y decretos conservados en los archivos de las ciudades y, a partir de tales documentos, en el periodo helenístico se escribieron numerosas obras destinadas a informar sobre las prescripciones que requerían los ritos y festivales.
A finales del siglo IV a.C. Asclepíades de Trágilo compuso un tratado sobre los mitos de las tragedias, que se suele considerar como la primera obra mitográfica en sentido estricto. Entre los siglos I y II d. C. se data el único manual mitológico griego conservado casi íntegro, la Biblioteca atribuida a Apolodoro, que está organizada con un criterio genealógico y basada exclusivamente en las versiones literarias. Con anterioridad, Higino, al parecer bibliotecario del emperador Augusto, había redactado en latín un compendio de mitología griega (Fábulas).
Por una ordenación temática se decantó Ovidio (43 a.C.-17 d.C.) al componer las Cartas de las Heroínas (Heroidas), los Fastos, sobre las fiestas y cultos romanos, y las Metamorfosis, sobre “las figuras transformadas en cuerpos nuevos”. Esta última obra, donde el poeta latino demuestra no solo una erudición mitológico-literaria enciclopédica, sino también su genial inventiva, ha servido de inspiración a un sinnúmero de literatos y artistas desde finales de la Edad Media hasta la actualidad.