Entre las últimas iniciativas para potenciar el uso de los suelos en la lucha contra el calentamiento global, podemos destacar las iniciativas promovidas por el Intergovernmental Technical Panel on Soils (ITPS) y la Alianza Mundial por el suelo (Global Soil Partnership) y respaldadas por la FAO. Fruto de estas iniciativas se ha publicado un conjunto de manuales (seis volúmenes) agrupados bajo el título “Recarbonizando los suelos globales. Un manual técnico de prácticas de manejo recomendadas” [10]. En estos manuales se vuelve a incidir sobre la importancia de los usos del suelo y sobre las prácticas de gestión que mantienen o aumentan las reservas de carbono orgánico en el mismo; se agrupan en distintos manuales que incluyen una revisión sobre las prácticas de manejo a partir de un enfoque agrícola (para tierras de cultivo, pastizales y sistemas integrados), e incluyen también prácticas aplicables en sistemas forestales, en humedales y en suelos urbanos; siendo los sistemas forestales lo que cuentan con mayor potencial (Figura 4).
Figura 4. De las 20 acciones para mitigar el cambio climático, las relacionadas con los medios forestales ofrecen más de dos tercios de la mitigación necesaria para mantener el calentamiento por debajo de 2°C para 2030 [10]
Estas prácticas se están demostrando efectivas para la mitigación y adaptación al cambio climático, al mismo tiempo que son beneficiosas para garantizar la seguridad alimentaria, reducir la degradación de los suelos y conservar la biodiversidad en los ecosistemas terrestres. Aunque muchas prácticas son conocidas por mantener y aumentar el contenido en carbono orgánico de los suelos, las respuestas varían según el clima y el suelo, así como el tipo y la forma en que se llevan a cabo, por lo que estas prácticas de manejo del suelo deben seleccionarse para adaptarse a cada contexto específico.
Los incrementos en la superficie de suelo dedicado a uso forestal pueden ocurrir a través de procesos naturales o impulsados por la acción del ser humano, tales como la regeneración del bosque en terrenos abandonados o en tierras agrícolas improductivas mediante reforestación o forestación (incluida la regeneración natural asistida). Por ejemplo, bajo el programa "Grain for Green" [11] iniciado en 1999 para mitigar y prevenir inundaciones y la erosión del suelo, China plantó 338000 kilómetros cuadrados de bosques en 5 años (entre 2013 y 2018). En este sentido, la restauración de bosques y paisajes es un proceso esencial para revertir la degradación de los suelos, promover la regeneración de grandes áreas o cuencas, recuperar la funcionalidad ecológica de estas zonas mejorando su productividad y capacidad para satisfacer las demandas de una sociedad en continuo crecimiento. A través de iniciativas como el “Reto de Bonn” (“Bonn Challenge”) [12], 57 países, gobiernos regionales y organizaciones privadas se han comprometido a restaurar más de 350 millones de hectáreas para 2030; o la iniciativa de Restauración del Paisaje Forestal Africano (AFR100) [13] que tiene como objetivo recuperar 100 millones de hectáreas de terrenos degradados mediante su restauración, también para 2030.
Los pastizales son uno de los usos del suelo con mayor potencial para almacenar carbono y pueden implantarse en aquellos terrenos donde el manejo anterior ha agotado los niveles naturales de materia orgánica. Sin embargo, la implantación de prácticas adecuadas suele presentar barreras socioeconómicas importantes para la aplicación a gran escala de mejores prácticas en el manejo del pastoreo. El crecimiento de la demanda de proteína animal (carne y leche) está siendo cada vez mayor y la tendencia actual es hacia una intensificación cada vez mayor. Esta mayor presión en el pastoreo o en la producción de pastos para el ganado, combinado con los problemas derivados del cambio climático (aumento de temperaturas y precipitaciones cada vez más irregulares) aumenta el riesgo de la pérdida de cobertura de los suelos y la intensificación de la erosión, poniendo en riesgo las existencias de carbono orgánico almacenado en estos suelos.
Otra de las tipologías de suelos críticos son los Permafrost (suelos congelados permanentemente), ya que ocupan una extensión muy importante en el planeta. Se estima que tienen una extensión aproximada de 21 millones de km² (lo que supone el 22% de la superficie expuesta del planeta). En la actualidad, se espera que el deshielo del permafrost sea irreversible en escalas de tiempo relevantes para las sociedades humanas y para los ecosistemas actuales. Los largos tiempos de respuesta que tienen estos suelos para alcanzar su equilibrio (que oscilan de décadas a milenios), indican que las regiones con permafrost están en riesgo incluso después de que los gases de efecto invernadero antropogénicos y el calentamiento global se estabilice. El deshielo del permafrost y el inicio de los procesos de mineralización de la materia orgánica contenida en ellos, va a suponer una liberación muy importante de gases de efecto invernadero a la atmósfera que nos enfrenta a un verdadero desafío para la adaptación a este nuevo escenario.
En las regiones áridas y semiáridas del planeta, el agotamiento de las reservas de carbono orgánico del suelo debido al manejo inadecuado y a la degradación de los ecosistemas, ha creado un déficit histórico mundial (78 ± 12 miles de millones de toneladas de carbono) que actualmente representa, paradójicamente, una oportunidad para la restauración y el aumento del secuestro de carbono en estas regiones. Este escenario sólo será posible si los suelos se manejan a través de mejores sistemas de producción, como la optimización del tiempo de labranza y barbecho, un uso responsable y ético del riego y de los fertilizantes, el uso de residuos de cultivos y de cultivos de cobertura y mejores medidas de prevención frente a riesgos de erosión, favoreciendo la rehabilitación de la cubierta vegetal de árboles y arbustos en estas regiones.
Los suelos asociados a los humedales almacenan una gran cantidad de carbono y generalmente se consideran sumideros de carbono atmosférico. A pesar de ser fuentes relativamente importantes de emisión de metano (CH4), los análisis recientes sobre la corta vida útil del metano en la atmósfera muestran que este elemento se oxida en la atmósfera y en los suelos a tasas comparables a medida que se produce. Por lo tanto, el metano de los humedales no contribuye al calentamiento climático después de un período de tiempo suficiente (generalmente más de 50 años) tras la formación o restauración de los humedales. El drenaje de los humedales da como resultado la emisión de CO2 y óxido nitroso (N2O) a la atmósfera, lo que puede acelerar de forma importante el calentamiento global. Por el contrario, la conservación de los humedales puede evitar las emisiones de estos gases y la restauración puede resultar en la reducción de cantidades importantes del CO2 atmosférico. Dentro de estos humedales se pueden considerar de especial relevancia las turberas, los ecosistemas de turberas y sus suelos asociados sirven como sumideros muy importantes de carbono, debido a la gran cantidad de materia orgánica que almacenan, pero cuando se drenan y degradan, se convierten en fuentes a largo plazo de emisiones de gases de efecto invernadero, que continúan hasta que la turba se oxida por completo o hasta que ya no es posible seguir drenándolos porque se genera una subsidencia (hundimiento) de la turba hasta alcanzar el nivel freático. La implementación de sistemas de uso de la tierra basados en el drenaje ha generado a menudo ganancias a corto plazo a cambio de pérdidas a largo plazo de los servicios ecosistémicos y un mayor riesgo para las comunidades vecinas, lo que ha generado daños irreversibles en estos sistemas tan sensibles a la degradación.
Finalmente, los suelos urbanos son un elemento importante a considerar, ya que suponen también una oportunidad para almacenar carbono en estos ambientes, al tiempo que brindan una variedad de beneficios sociales, ambientales y económicos. Estos beneficios están relacionados con los espacios verdes y otras áreas relacionadas en los que se realizan actividades recreativas y favorecen el disfrute estético, la salud física, el bienestar psicológico, y promueven unas mejores relaciones sociales y de educación.