Introducción
Los mosquitos transmiten parásitos y otros patógenos causantes de importantes enfermedades que afectan a humanos y animales, tanto silvestres como domésticos (Marcondes et al. 2017). Este es el caso de los parásitos de la malaria, que pueden influir en gran medida en la dinámica de las poblaciones de sus hospedadores. Sin embargo, los mecanismos que afectan las interacciones entre mosquitos, parásitos y hospedadores vertebrados, incluidos el ser humano, siguen sin estar claros.
Existen 3.559 especies de mosquitos distribuidas en el planeta (Harbach 2018). Las hembras de mosquito necesitan las proteínas presentes en la sangre de sus hospedadores como nutriente esencial en la producción de huevos. Los mosquitos han desarrollado diferentes preferencias de alimentación, mientras que unas especies recurren principalmente a las aves (especies ornitofílicas) para obtener la sangre, otras se decantan por mamíferos (especies mamofílicas, incluyendo al ser humano y siendo conocidas como especies antropofílicas), pero incluso los anfibios y los reptiles pueden formar parte de su dieta. Sin embargo, otras especies de mosquitos siguen una dieta oportunista seleccionando aquellos hospedadores que les resultan más accesibles (Molaei et al. 2008; Muñoz et al. 2012; Takken & Verhulst 2013; Gutiérrez-López et al. 2020).
Por lo tanto, los mosquitos deben detectar, identificar y seleccionar apropiadamente a sus hospedadores. Para ello hacen uso de una combinación de múltiples señales visuales, químicas y térmicas emitidas de manera específica por los hospedadores. En concreto, estas señales son el tamaño corporal y el color, la concentración de dióxido de carbono (CO2) proveniente de la respiración, el olor, temperatura y humedad corporal (Lehane 2005).